viernes, 30 de enero de 2015

Sábado de la tercera semana.

Sábado de la tercera semana. Marcos 4, 35-41 "Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?" Nos dice el Evangelio que "las olas irrumpían en la barca

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Sábado de la tercera semana.

Marcos 4, 35-41

"Maestro, ¿no te importa que nos ahoguemos?"

Nos dice el Evangelio que "las olas irrumpían en la barca".

Muchas veces las olas de las agitaciones y de la turbación invaden nuestro ánimo y amenizan hundirlo. Como olas que aplastan y demuelen son, a veces, las cosas de la tierra, las obligaciones del estado o del trabajo o la profesión; esas olas arrastran todo, hasta las ganas de vivir, de practicar el bien, hasta el deseo de mejorarse, de irse superado y perfeccionando.

Todos esos gozos y temores, deseos y dolores, ilusiones y desengaños sacan el alma de su interior, le hacen perder su vida de intimidad con Dios y su trato con el Espíritu Santo y lo hacen dedicarse única y exclusivamente a la vida exterior, a las preocupaciones y problemas de orden natural.

Cuántas veces un simple suceso, el más insignificante acontecimiento te deja imposibilitado, quizás por uno o varios días, para que te entregues a la oración; una noticia que recibes te hace perder la calma o el dominio de ti mismo, dominio y calma que son indispensables, para que puedas vivir vida de oración.

El profeta Isaías dice que "la vida es como un navío que se van sin dejar tras de sí ni la más mínima huella de su rápido paso"; eso es la vida con todo lo que ya le constituye, todos los sucesos, las variedades; pero tú no puedes ser como la vida; tú no puedes pasar, tú estás llamado a permanecer en tus propias obras, que dejaran la huella del mal o la estela del bien y que serán el fundamento de tu eternidad.

"Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre la cabezal."

Cuántas veces Dios permanece dormido en el fondo del alma, o al menos pareciera que estuviera durmiendo.

Días de prueba, de tentación, de soledad y sequedad; las olas de las contradicciones azotan despiadadamente los flancos de la barca de nuestro espíritu; todo nos sale mal, todo nos contradice, en todo fracasamos.

En esos momentos y en esas circunstancias tan adversos acudimos a Dios por medio de la oración, nos refugiamos en Él, para ver si al menos Él nos entiende; pero tropezamos con que ese Dios que llevamos dentro parece dormido, o se que el sordo a nuestros requerimientos.

Hay que saber descubrir el momento de la tentación, para no desfallecer, sino permanecer en la esperanza del Señor.

"¿Cómo no tienen fe?"

También la hora de la prueba para la Iglesia en general, porque en muchas ocasiones también a nosotros nos parece que el Señor abandona a la Iglesia; se levantan persecuciones contra la Iglesia, surgen divisiones y parcialidades entre los mismos hijos de la Iglesia; entonces triunfaran las maquinaciones de los malos y la fe de los creyentes comienza a perderse.

El Señor no duerme ni abandona su Iglesia; simplemente quiere probar la fe y la constancia de sus fieles, quiere que su Iglesia se purifique en el crisol de la adversidad y cuando humanamente ya que se ha perdido toda la esperanza de salvación, entonces cuando interviene el poder de Dios, y vuelve la calma.

A menudo nos quejamos de las tormentas y ataques que debe soportar la Iglesia por parte de los que no pertenecen a ella; pero con mucha frecuencia somos nosotros los causantes de esos males, pues boicoteamos la barca de Pedro desde adentro con cismas entre la tribulación, rompiéndonos los remos mutuamente, o rasgando las velas, para enarbolar cada grupo una bandera distinta.

La renovación y purificación del mundo, nos advierte el Concilio Vaticano II, "se logra principalmente con el testimonio de una fe viva y adulta, educada para poder recibir con lucidez las dificultades y poderlas vencer".

Vivencia:

No debes extrañarte de que en ocasiones Dios permita alguna tempestad espiritual, alguna situación desagradable, alguna molesta contradicción, alguna persistente tentación.

Dios quiere, no hacerte caer, sino fortificante en la virtud y en la practica del bien; quiere que aumentes tus meritos, superando esas dificultades.

Para superarlas acude al Señor, aunque te parezca que no te oye; persiste y lograras lo que le pides.

Cuando Santa Catalina de Siena que se quejó al Señor de que había abandonado más cerca de ti que en ese momento".

Dios nunca te deja; tú sí que puedes a Él; es decir, el Señor nunca te dejará si previamente tú no lo dejas a Él.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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