martes, 27 de enero de 2015

Miércoles de la tercera semana.

Miércoles de la tercera semana. Marcos 4, 1-20 "El sembrador salió a sembrar." Dios mismo es el sembrador y Él mismo ha sembrado su propia semilla

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Miércoles de la tercera semana.

Marcos 4, 1-20

"El sembrador salió a sembrar."

Dios mismo es el sembrador y Él mismo ha sembrado su propia semilla dentro tu corazón; por eso Dios está en ti.

Está en ti y, sin embargo, quizás sea tu gran Desconocido.

¿Cuántos son los que saben que Dios está en ellos, a su lado, dentro de ellos, en lo más intimo de su corazón?

Sí, dentro de ti y tu alrededor está Dios.

Él está dentro de ti, en lo más intimo de tu ser, en la luz de tu fe, en el ardor de tu afecto, en cada unas de tus ideas, en cada uno de los latidos de tu corazón.

Todo lo llena Dios, lo invade con su presencia, le da sentido su amor; Dios está contigo.

Hoy tratarás de descubrir esa semilla de Dios, que haya en ti, en todos y en todo; en el agua que limpia, en la luz que te inunda, en el aliento que te fortalece, en el descanso que te renueva, en la amistad que te da fuerzas.

Señor, estoy lleno de Ti, absorbido por Ti y no he caído en la cuenta.

"A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios."

El misterio del Reino de Dios es la salvación; por eso nosotros podemos repetir con el profeta Simeón: "Mis ojos han visto tu salvación" (LC 2,30).

¿Como puedes ocultar, o desconocer, u olvidar , que Dios también a ti te ha hecho conocer la salvación?

Quizás ibas tú por el camino de perdición, olvidando de Dios y cuando menos pensabas en Él, cuando menos sospechabas que Dios estaba cerca de ti- en aquel Cursillo, en aquel retiro, en aquella Mariápolis- en aquel momento Dios te buscó, Dios te llamó, Dios te impelió a buscar algo que diera un sentido a tu vida.

Tus ojos vieron la salvación.
Tú fuiste el objeto del amor de Dios.

Vivencia.

Salvaste, Señor, a tu Pueblo y me salvaste a mí en tu Pueblo. Y me salvaste, porque me amas y buscaste mi salvación por todos los medios; aun por aquellos medios ignorados por mí o aunque yo no pudiera llegar a comprender cómo esos medios eran expresión de tu amor. Y me amaste, Señor, hasta en mis miserias, en mis personales caídas y tu amor me ofreció el perdón. ¡Gracias, Señor!

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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