Pan y Vida se fundó para llevar consuelo, alivio, en tantos momentos difíciles que pasamos a diario ayúdenos a seguir http://bit.ly/1uVrtQZ
Viernes de la trigésimo primera semana.
Lucas 16,1-8
"Dame cuenta de tu administración."
Siempre
resulta desagradable eso de "dar cuenta", de rendir cuentas a alguien
de algo que hemos realizado, o que nos ha encomendado.
Pero
cuando ese rendir cuentas afecta a toda nuestra vida, cuando debemos
exigirnos a nosotros mismos para analizar los distintos aspectos de
nuestra vida, fácilmente surgen en nosotros el disgusto y el tedio.
Sin
embargo nuestra vida, por más que la denominemos "nuestra", no nos
pertenece; hay en esto un engaño; no es nuestra, sino que es de Dios y
Dios la ha puesto en nosotros, pero con la obligación de hacer
fructificar.
Y
como la vida no es nuestra, sino que es de Dios, por eso Dios nos la
puede quitar cualquier momento y puede exigirnos que la rindamos cuenta a
Él y entonces tendrás que darle cuenta a Dios de cómo ha empleado tus
fuerzas físicas, tu salud, tus cualidades, tu tiempo, tu inteligencia,
tu voluntad, tu corazón.
Deberás
entonces pesar y analizar todos y cada uno de tus pensamientos, de tus
deseos, de tus proyectos y de cómo tu vida personal se ha proyectado
hacia los demás, porque tu vida no la puedes encerrar dentro de ti
mismo, precisamente porque no es tuya, sino de Dios y Dios quiere que la
proyectes hacia tu prójimo.
El
hombre rico de la parábola es Dios nuestro Señor, Dueño de toda la
tierra y de todos los bienes que en ella hay, Dueño del hombre y todos
los talentos y cualidades que en él ha puesto; el hombre no es sino el
administrador de los bienes de Dios y como tal Dios deberá dar cuenta de
la administración que realice durante la vida.
A
esta rendición de cuentas puedes ser llamado en cualquier momento de tu
vida, quizás cuando menos tú lo pienses, cuando menos te lo imaginas.
Por eso el Señor nos advierte: "Estén preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora menos pensada" (Mt 24,44).
Estén
preparados quiere decir tener las cuentas listas para rendir, vivir en
gracia y cumpliendo siempre y en todo la voluntad del Señor.
"Los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
El
cristiano es el hijo de la luz, pero que no siempre se porta como tal,
mientras los hijos de las tinieblas, que son los hijos de este mundo,
siempre permanecen en su actitud tenebrosa.
Tú
eres cristiano y en consecuencia tú eres hijo de la luz, de esa luz de
la que habla Jesucristo, cuando afirmó: "Yo soy la luz del mundo".
Mira
lo que hacen los hijos de este mundo, para conseguir sus fones y lograr
sus ambiciones; a qué molestias y sinsabores no se expone un político
por los ideales de su partido; cuánta preocupación agobia al industrial
por conservar y aumentar sus bienes; cuántas privaciones tiene que
imponerse un deportista, para conservar su estado físico, o una mujer
para "guardar la línea"; cómo un marxista se desvive por su idea y sufre
persecución por la misma y tantos otros ejemplos como podríamos seguir
citando.
Siempre los hijos de este mundo. preocupándose de sus cosas y persiguiendo sus metas.
Pero ¿y los hijos de la luz?
Se
observa en ellos un fenómeno difícil de explicar: cuando se trata de
conservar o aumentar intereses o bienes materiales, los hijos de la luz
se conviertan en astutos, como los hijos de este mundo; pero cuando nos
referimos a los bienes de orden espiritual, o a las acciones de la fe y
la transmisión del kerigma, ya pierden toda aquella astucia, todo
empuje, toda aquella viveza y entrega personal.
Enseguida
surgen inconvenientes, las dudas y titubeos, las cobardías y egoísmos
que aplastan los entusiasmos y condenan a la esterilidad los más
ansiosos proyectos.
De
suerte que si tú, hijo de la luz, obraras por tu vida espiritual una
cuarta parte de lo que haces por tu vida física y social, por tu estado
económico y civil, qué distinto serias y cuánto más hubieras adelantado.
Vivencia:
¡Qué
bien saben los mundanos, que son los hijos de este mundo aprovechar su
ingenio y su posición para conservar, aumentar y asegurar sus bienes!
En
cambio los cristianos, que somos hijos de la luz, qué poco empeño
ponemos y de qué pocos medios nos servimos para la consecución de los
bienes de nuestro espíritu.
No
sea tú así, no te descuides; no hagas servir tu dinero para un regalo
desmedido o para la vana ostentación, sino más bien para la beneficencia
y la caridad; hay muchas buenas obras que reclaman tu ayuda. Y si no
debes ser avaro con tu dinero, tampoco debes serlo con tus cualidades;
empléalas para el bien de tu prójimo; al fin y al cabo, para eso te las
ha dado Dios.
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.
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