sábado, 22 de noviembre de 2014

Sábado de la trigésimo tercera semana.

Pan y Vida se fundó para llevar consuelo, alivio, en tantos momentos difíciles que pasamos a diario ayúdenos a seguir http://bit.ly/1uVrtQZ
Sábado de la trigésimo tercera semana.
Lucas 20, 27-40
"Al ser hijos de la resurrección, son hijos de Dios."
Los personajes que intervienen en este texto del Evangelio son los saduceos, que negaban la resurrección y eran gente liberal en materia religiosa y muy positiva en todo orden de cosas; negaban la resurrección de los cuerpos en el Juicio final, y también la inmortalidad del alma.
A ellos en este momento no les interesa mayormente el problema de la resurrección, que para ellos ya está resuelto negativamente; sólo pretenden por el ridículo de Jesús y desprestigiarlo a la gente sencilla; por eso le propone un cuento rabinito.
Pero Jesús les responde confirmando la fe en la resurrección, ya que Dios es Dios de los vivos y no de los muertos y tan clara y sabiamente debe responderles Jesús a la intrincada cuestión que le proponen que "algunos de los escribas (enemigos de los saduceos) les dijeron: Maestro, has hablado bien" (Lc 20, 39).
Jesús les dice que los conceptos que tienen del otro mucho son muy groseros; les aplica cómo las condiciones de la otra vida son muy distintas de las actuales, pues no habiendo ya muerte, no tiene razón de ser el matrimonio.
Modernamente y en nuestros días, si no se niega la resurrección teóricamente o con argumentos, sí se le niega con las obras y con la vida, ya que se vive como si no se hubiera de resucitar, como si esta vida terrena y temporal fuera lo último que nos espera, como si después de esto que aquí vivamos ya no nos aguarda ninguna otra realidad.
Según esta concepción de la vida, se desconocer todos los valores trascendentes y se da a lo terreno y transitorio la gravitación de lo absoluto.
"Dios no es un Dios de muertos, sino de vivientes."
La afirmación que hace Jesús de que Dios es un Dios vivo y que es un Dios de los vivos, llena de gozo nuestro corazón: "No es un Dios de muertos, sino de vivientes, porque para Él todos viven".
La muerte no alcanza a Dios, ni a los hijos de Dios; los que están muertos, lo están para el mundo, que no puede traspasar las barreras de la trascendente realidad; pero para Dios no existe ni la muerte, ni los muertos; solamente son muertos para Él los que no aceptaron abrirse a la Vida de la gracia que nos trae Jesús, esta Vivo nos asegura la gloria y vence a la muerte en la esperanza de la resurrección.
Porque existe la resurrección de lo muerto, ha sido posible la resurrección de Jesús, sin la cual -como advierte el apóstol Pablo- no es vana e inútil nuestra fe.
Y porque Jesús ha resucitado de entre los muertos de una manera radicalmente nueva, los muertos resucitarán también con una nueva clase de vida completa y definida.
Vivencia:
Si miramos a la muerte con la mirada meramente humana y natural, se nos presenta, por cierto, poco agradable y aun repugnante; pero si nada debemos mirar con los ojos puramente humanos, menos la muerte.
Nuestro corazón grita clamando trascendencia; aspira a una eternidad de vida y de felicidad y eso es que pide a voz en grito nuestro corazón, abarca y comprende no solamente la dimensión espiritual de nuestro ser, sino también la dimensión corpórea y material.
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.
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