domingo, 9 de noviembre de 2014

Domingo de la 32ª semana de Tiempo Ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán.

Domingo de la 32ª semana de Tiempo Ordinario. La Dedicación de la Basílica de Letrán.

Autor: Archimadrid.es
Fuente: Archidiócesis de Madrid

PRIMERA LECTURA
Vi que manaba agua del lado derecho del templo, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente
Lectura de la profecía de Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante – el templo miraba a levante -. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar.

Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.

Me dijo:

-«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

Palabra de Dios.



Sal 45, 2-3. 5-6. 8-9
R. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza,
poderoso defensor en el peligro.
Por eso no tememos aunque tiemble la tierra,
y los montes se desplomen en el mar. R.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios,
el Altísimo consagra su morada.
Teniendo a Dios en medio, no vacila;
Dios la socorre al despuntar la aurora. R.

El Señor de los ejércitos está con nosotros,
nuestro alcázar es el Dios de Jacob.
Venid a ver las obras del Señor,
las maravillas que hace en la tierra:
pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe. R.

SEGUNDA LECTURA
Sois templo de Dios
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3, 9c-11. 16-17

Hermanos:

Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye.

Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo.

¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?

Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
Hablaba del templo de su cuerpo
Lectura del santo evangelio según san Juan 2, 13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

-«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:

-«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

-«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:

-«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Palabra del Señor.



¡Qué se abran todas las ventanas!

En este día, desde la ventana de mi casa se ve el Vaticano… Siempre se ha visto, pero quizá me molestaba el sol y bajé las persianas, encendí la lámpara del despacho, y me dediqué a mis cosas: mi parroquia, mi familia, mis amigos, mi trabajo, ¡”mi” oración! ¡mi capillita!… ¡Qué mundo más cerrado; ahora me doy cuenta! Y, sin embargo, no podía yo concebir que hubiese vida fuera de allí. Me acostumbré a su penumbra como se acostumbran los ojos a la oscuridad, y hasta sus tinieblas me parecían luz. Si me llegaba el eco de alguna voz que venía de fuera, apenas lo escuchaba: “¡No tengo tiempo ahora!”: mi parroquia, mi familia, mis amigos, mi trabajo, ¡”mi” oración! ¡mi capillita! Cuando las cosas iban bien en este pequeño mundo, se me antojaba que la Creación entera debería estar de fiesta; y, cuando se me desmoronaba mi universo, no conseguía encontrar un motivo que hubiera impulsado al sol a salir esa mañana… “¿Cómo pueden cantar hoy los pájaros -me preguntaba- mientras la tristeza lo está invadiendo “todo” (sí, “todo”, porque en mi ceguera creía yo ser “todo” mi pequeña habitación)?

Esta mañana, mi madre, la Iglesia, ha irrumpido en mi dormitorio como lo hiciera mi madre carnal hace muchos años: de repente, sin previo aviso, tirando de las cortinas y levantando las persianas para que un torrente de luz lo inundara todo, mientras ella entonaba unos versos que aún recuerdo bien. Y. como hiciera entonces, también hoy me he llevado, en un primer momento, la mano a los ojos, no queriendo despertar ni salir de aquel mundo de mis sueños. Pero, también como entonces, al final he tenido que rendirme y afrontar con valentía el gozo de la luz. Desde mi ventana he visto el Vaticano. En mi capillita he celebrado la misa en acción de gracias por la dedicación del templo en que ofrece el Santo Sacrificio el Romano Pontífice; y me he cogido fuertemente a su temblorosa mano al consagrar el pan y el vino, descubriéndome gozoso como hijo de una Iglesia universal, católica. Y aquellas preocupaciones, que me parecían todo cuando yo no veía más que mi mundo, se han recogido y han dejado entrar en mi alma a todas las intenciones que pueblan ese corazón como un mapamundi que arde en el pecho del Papa: Jerusalén, América, las misiones, el diálogo ecuménico, los enfermos de sida, los drogadictos, la víctimas del terrorismo y de la guerra y sus verdugos, el progreso humano de las ciencias… Y entonces he descubierto que tengo el corazón muy grande; muy grande y muy desaprovechado.

No quisiera, Madre mía, que estas ventanas se cerraran de nuevo; no quisiera descender de la Cruz, levantada en alto sobre el mundo; no quisiera perder la luz que me obliga a mirar a Roma. Un día me lo enseñaron, y hoy te lo repito a ti, como una súplica: “Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam”.


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