lunes, 10 de noviembre de 2014

Lunes de la trigésimo segunda semana.

Lunes de la trigésimo segunda semana.

Lucas 17,1-6

"Ay de aquel por quien vienen los escándalos."

Se llama escándalo a todo tropiezo en el camino de la fe, a todo aquello que induce al mal, al pecado.

Jesús ha hablado repetidamente contra los que provocan el escándalo; no pueden ser más duras sus expresiones, como afirma: "Si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que cree en mí, será preferible que le colgaran al cuello una de esas piedras del molino, y lo hundieran en lo profundo del mar, ¡Ay del mundo a causa de los escándalos!" (Mt18,6-7).

El escándalo supone una ofensa al hermano y esa ofensa deber ser perdonada.

El perdón del hermano que ofende es una exigencia del Evangelio y la expresión "siente veces al día" está indicando un número indeterminado de veces, vale decir: "siempre".

El deber del perdón no admite limites; es un precepto universal.

La practica de los judíos , según el texto del Talmud, era perdonar tres veces; Jesucristo perfecciona la ley y suprime todo limite en el precepto "se debe perdonar siempre".

Eso debe hacernos meditar a los cristianos, tan reacios en ocasiones a perdonar a los que nos ofenden; somos muy sensibles para acusar la ofensa recibida; pero somos muy difíciles y duros para comprender y disimular y olvidar las ofensas; el perdón de los que nos ofenden se constituye así en uno de los más difíciles  preceptos del Evangelio , pero no por lo difícil menos obligatorio.

Dice Jesús que es necesario que vengan los escándalos, dando que el hombre es libre y en consecuencia -abuso de su libertad- puede abrazarse con el mal, desechando el bien; pero el mismo Jesús pronuncia uno de los más temibles anatemas contra los que escandalizan.

Y es que una cosa es pecar por debilidad y otra hacerlo meditadamente y aun organizar los medios de comunicación social y los adelantos modernos, para presentar el pecado más seductor y atrayente; todos deberían recordar la afirmación de Jesús y tomarlo como una exageración: "seria preferible que el colgaran al cuello una de las piedras de molino, y lo hundieran en lo profundo del mar".

"Auméntanos la fe."

La fe no es otra que la anhelación a la Persona de Jesús, como el autor de nuestra salvación; al aceptar al Salvador, se acepta también el cambio de una nueva vida, con una nueva escala de valores, con nuevos criterios.

El aumento de fe que piden los apóstoles se refiere a la cantidad como la calidad de fe, la confianza inquebrantable en el poder y en la bondad de Dios.

La fe vence a todos los obstáculos y dificultades, supera a todos los contratiempos; las obras de apostolado resultan a menudo difíciles, pro un lado, e infecundas, por otro, cuando se realizan como fruto del propio esfuerzo e iniciativa; pero cuando se realizan con un verdadero espíritu de fe y movidos a la acción del espíritu, son no sólo fáciles de realizar, sino que también resultan eficientes y productivas.

¡Con cuánta frecuencia deberías pedir el aumento de tu fe!

"¡Señor, aumenta nuestra mi fe", debe ser tú oración constante. Como dice San Pablo" "El justo vivirá por la fe" (Rom1,17).

"El justo vivirá por la fe pero si vuelves atrás, dejaré de amarlo. Nosotros no somos de los que se vuelven atrás para su perdición, sino que vivimos en la fe para preservar nuestra vida" (Heb 10,38-39).

Vivencia:

Toda tu vida depende del grado de fe que tengas y así:

-es verdad que ores , porque tienes fe; pero también lo es que si tuvieras más fe, orarías de muy distinta  forma a como ores al presente;

-es verdad que confieses y comulgas, porque tienes fe; pero si creyeras más profundamente en la presencia real de Jesús en la Eucaristía, tu vida sacramental seria mucho más intensa;

-es verdad que crees que Dios está en tus prójimos; pero si lo creyeras con un poco más de convicción, tu trato con ellos se vería sensible dulcificado.

No basta que creas; es preciso que creas más conscientemente y que vivas con mayor espíritu de fe; así cambiará sensiblemente tu vida cristiana.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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