lunes, 15 de diciembre de 2014

Lunes de la tercera semana de Aviento.

Lunes de la tercera semana de Aviento.
Mateo 21,23-27
"¿Con qué autoridad haces esas cosas? ¿Quién te ha dado autoridad?"
Jesús acaba de permitirse ciertos hechos insólitos en el templo; el triunfo mesiánico en su entrada triunfal en Jerusalén; la expulsión de los traficantes; varias curaciones milagrosas. Todo esto inquietó a sus discípulos y más aún a sus enemigos, quienes cobraron coraje y le preguntaron: "¿Con qué autoridad haces estas cosas?"
Estas personas pedían cuentas al Señor de lo que hacia, pero motivados por un sincero de saber de dónde procedía el poder Jesús, sino simplemente para saber cómo realizaba Él lo que ellos no podían hacer. Pero Jesús no respondió, porque no había la sinceridad de su corazón en su caminar hacia Dios.
Es que los escribas y fariseos no preguntaban al Jesús con sinceridad de corazón, con deseos de aprender la verdad; antes bien buscaban la oportunidad de condenar a Jesús por sus mismas palabras.
Veían, por una parte, que hablaba en el templo a toda la gente y lo que hacia "como quien tiene autoridad" y, por otra, veían que el pueblo reconocía en Jesús la autoridad con la que hablaba, confirmada con sus obras.
Los enemigos de Jesús piensan ponerle una celda de la que no podrá evadirse: si Jesús contesta que la autoridad le viene por ser el Hijo de Dios, entonces ellos rasgarían sus vestiduras y proclamarían blasfemo.
Jesús no responde ahora directamente a esa pregunta, porque ya anteriormente y con suficiente claridad había respondido con sus hechos prodigiosos, que acreditaban su divina autoridad; ¿no había respondido con claridad que era el Hijo de Dios y que todo cuanto decía y obraba en nombre del Padre celestial?
La malicia de los fariseos se hace evidente y el Señor los desenmascara al ponerlos en una situación de apremio que descubre sus pésimas intenciones. Cuando tú hablas con quienes no son de Jesucristo, porque ni creen en Él, ni lo aceptan, ni lo aman simplemente la verdad, tu convicción en la fe de Jesucristo, y no pretendas responder a sus preguntas copiosas y con torcidas intenciones.
Vivencia:
Cuando los escribas, sacerdotes y ancianos hacían esa pregunta a Jesús, ya lo habían condenado a muerte, pero buscaban algún pretexto que pudieran aducir frente al pueblo; se buscaba desacreditarlo ante la gente; esa seria el primer paso para poder luego realizar su propósito.
Esto ha de ser para ti una verdadera lección: los sencillos y humildes de corazón comprenden de dónde proviene la autoridad de Jesús y no necesitan preguntárselo, pues ven las obras que hace y creen en sus palabras; por los sacerdotes y magistrados se hacen sordos y ciegos.
Cuando sientas en tu interior el llamado a la gracia, sigue el consejo del libro de los proverbios, que te dice: "Escucha, hijo mío, y recibe mis palabras y tus años de vida se multiplicaran" (Prov. 4,10). "Por eso, hijos, escúcheme y no se aparten de las palabras de mi boca" (Prov. 5,7).
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.
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