domingo, 14 de diciembre de 2014

Domingo de la 3ª semana de Adviento.


Domingo de la 3ª semana de Adviento.

Autor: Arquidiócesis de Madrid.
Fuente: archimadrid.es

14 diciembre, 2014. Posted in Lecturas de Misa  

PRIMERA LECTURA
Desbordo de gozo con el Señor
Lectura del libro de Isaías 61,1-2a.10-11

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.

Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos.
Palabra de Dios.

Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54
R. Me alegro con mi Dios.

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones. R.

Porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. R.

A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia. R.

SEGUNDA LECTURA
Que vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado hasta la venida del Señor
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Hermanos:

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno.

Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo.

El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Palabra de Dios.

EVANGELIO
En medio de vosotros hay uno que no conocéis
Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8. 19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:

- «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas:

- «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron:

- «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo:

- «No lo soy.»

- «¿Eres tú el Profeta?»

Respondió:

- «No.»

Y le dijeron:

- «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

- «Yo soy la voz que grita en el desierto: “Allanad el camino del Señor”, como dijo el profeta Isaías.»

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:

- «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»

Juan les respondió:

- «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»

Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra del Señor


Estamos divinamente y como unas castañuelas.

Pues sí, ¡están las cosas como para estar alegres y desbordar de gozo! Eso de vestir un traje de gala, de ser envueltos en un manto de triunfo, de ser coronados como antiguamente lo eran los novios, o de ser adornados con joyas, como suele hacer la novia en la fiesta de su boda, está muy bien, pero solo para los cuentos de hadas, porque la realidad y la dureza del día a día se escribe más en prosa que en verso. Vamos que, si la religión cristiana anda con estas cosas, tal y como está el ambiente, una de dos: o los cristianos viven en la luna, o la luna no está hecha para todo el mundo. Como si la alegría cristiana fuera una especie de resort, solo accesible para unos pocos privilegiados, selectos, raros y escogidos.

Es nuestra manía de separar a Dios de la normalidad de nuestra vida y recluirlo en el mundo perfecto del hiperuranio de Paltón: allí donde la felicidad se hace utópica e inalcanzable y allí donde solo habita Dios, dedicado a abanicarse bajo el cocotero de su propia gloria y felicidad. Eso sí: si bajara a la tierra, si conociera mis problemas, si se preocupara realmente de mis cosas, se le tendría que caer la cara de vergüenza, porque pudiendo hacerlo, no hace nada para cambiar las cosas y solucionar todo el mal y la injusticia del mundo… Y, así entre estos devaneos, seguimos también con nuestra manía de echarle la culpa a Dios de todo, es decir, de todo lo que nosotros no hacemos por desidia, pereza y omisión.

Hemos sustituido el espíritu festivo de las celebraciones cristianas por el espíritu de la diversión y el entretenimiento, propio del ocio mundano. Y no es incompatible la alegría y el gozo cristiano con los problemas, agobios, cruces y preocupaciones de cada día. Más bien, todo lo contrario: es precisamente ahí, en esas dificultades diarias, donde Dios puede “bendecirnos con toda clase de bienes espirituales y celestiales”. El problema es que quizá tú y yo no tenemos todavía muy claro en qué consiste la verdadera alegría, esa que procede de Dios, y no la que sale del bombo de la lotería escrita en una pequeña bola. Esta otra felicidad, más fugaz y pasajera, termina por ahogar el espíritu y hacer que nos agarremos fuertemente a las seguridades humanas y espirituales que nos da el bienestar económico y social. Si las cosas van bien y no tenemos problemas, o no los tenemos muy gordos, es que Dios es bueno y nos ayuda; si las cosas se tuercen y nos crecen por todas partes los enanos, es que Dios nos está castigando, y ya ni nos ayuda, ni es bueno, ni es Dios.

Por eso, la otra clave de la felicidad cristiana es la oración constante, esa que nos ayuda a dar gracias a Dios en toda ocasión, buena, mala o regular. Y también esto nos cuesta, porque tenemos quizá la costumbre de rezar solo in extremis, es decir, cuando estamos ya entre la espada y la pared. Hay, sin embargo, un gozo sereno, muy interior, que se irradia suavemente a través de la palabra, del trato, del saber estar. Ese gozo interior, cuando nace de la oración y de la presencia de Dios en nuestra vida, atrae con fuerza y, tarde o temprano, termina por suscitar alrededor interrogantes e inquietudes: ¿de dónde saca este la fuerza para mantener ese ánimo sereno y gozoso, a pesar de que le están dando por todas partes? Revisemos con sinceridad cuáles son las fuentes de nuestra alegría y cuáles son también las fuentes de nuestra tristeza.

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