sábado, 28 de marzo de 2015

Sábado de la quinta semana Cuaresma.

Sábado de la quinta semana Cuaresma. Juan 11, 45-56 "Es preferible que muera un solo hombre por el pueblo y no que aparezca la nación entera." Las

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Sábado de la quinta semana Cuaresma.

Juan 11, 45-56

"Es preferible que muera un solo hombre por el pueblo y no que aparezca la nación entera."

Las autoridades judías decidieron la muerte de Jesús; buscaban una y otra ocasión para llevar a cabo sus perversos designios. Pero Jesús es dueño de su fin, que vendrá solamente cuando llegue a su hora.

Jesús con su muerte congregará de todos los puntos cardinales al nuevo Israel, el nuevo Pueblo de Dios, salvándolo de la muerte de su perdición y llevándolo a la salvación de una nueva vida, la vida de Dios.

Esa es la eficacia de la muerte de Jesús en la cruz; esa muerte es para nosotros la verdadera Vida; muriendo Jesús en la cruz, triunfó de la muerte de todos nosotros.

No es de extrañar que desde entonces la vida surja de la cruz; de la cruz del dolor, del sacrificio, del vencimiento, de la humillación, de las persecuciones del hombre; por eso San Pablo exclamará: "Nosotros predicamos a un Cristo crucificado" (1 Cor 1, 23).

Humanamente la cruz aparecía como lo contrario a las aspiraciones tanto judías como griegos; fracaso en vez de manifestación gloriosa, necedad en vez de sabiduría. Pero en la fe la cruz aparece como algo que colma y supera a la muerte, porque es puerta de la Resurrección.

Solamente Jesús es nuestro Salvador; el libro del Apocalipsis se lo aclama con estas palabras: "La salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios" (Ap 19,1).

Nosotros no podíamos salvarnos por nosotros mismos; estábamos irremisiblemente perdidos en nuestro pecado y por nuestro pecado; Jesús toma sobre sí nuestras culpas y asume la responsabilidad de las mismas; ellas cargaran sobre sus espaldas y lo harán caer en tierra y lo harán transpirar sangre en su oración del huerto de Getsemaní; ellas lo obligaran a extender sus brazos en la cruz, pero con su Pasión y su muerte nuestras culpas quedaran perdonados y podremos mirar de nuevo al cielo con plena confianza y llamar a Dios nuestro Padre y esperar la entrada en la felicidad de la gloria.

Vivencia:

Nunca llegaremos a comprender plenamente a Jesús nuestro salvador; nuestra gratitud hacia Él nos debe mover a hablarle de continuo por medio de la oración y a amarlo con todo nuestro corazón.

Jesús, mi Salvador, ¿qué hubiera sido de mí sin Ti? ¿Qué podría yo esperar ahora, si no te mirara a Ti y te viera con los brazos extendidos en la cruz, como esperándome para darme el dulce beso de la paz y el brazo de la reconciliación?

Si no fuera por Ti, por tu bondad para conmigo, caería en la más profunda desesperación al recuerdo de mis pecados; pero te miro a Ti y el corazón se me llena de confianza segura de mi salvación, pues ¿cómo podría ser que tu muerte hubiera sido ineficaz para mí?

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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