viernes, 8 de agosto de 2014

Viernes de la decimoctava semana.

Viernes de la decimoctava semana. Mateo 16,24-28 "El que quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga." Ind

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Viernes de la decimoctava semana.

Mateo 16,24-28

"El que quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga."

Indudablemente que el programa que traza Jesucristo a sus seguidores es difícil y doloroso: "Renunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirlo."

Renunciar a sí mismo: es superar las inclinaciones desordenadas y afrontar pacientemente las contrariedades de cada jornada. La negación de sí mismo supone posponer los propios intereses y la propia comodidad, estar preparado a renunciar todas las cosas antes que perder la gracia de Dios.

Y todavía implica algo más radical, que llega a las profundidades de Yo: es sacrificar el propio querer y la tendencia a la afirmación de sí mismo, para aceptar solamente la voluntad de Dios.

Es, pues, ilusión pretender seguir a Cristo, haciendo propio capricho o la propia voluntad en nuestra vida. Es imposible seguir a Jesucristo sin renunciar al propio juicio, buscándose a sí mismo en todo, en lugar de buscar la voluntad del Padre.

Tomar la cruz: pero tomarla como lo hizo el Maestro, con amor, con entrega, sabiendo que no se llega a la luz de la resurrección si no es atravesando la oscuridad de la muerte.

En el Evangelio del día de ayer, Jesús había dicho a Pedro que era necesario que el Hijo del Hombre padeciera y muriera en la cruz; en el Evangelio del día de hoy Jesús da un paso más y le dice a Pedro que también él y cuantos quieran seguirlo deberán someterse a la ley de la cruz y del sufrimiento.

Así, Jesús promulgó la ley austera de la crucifixión de la carne y del corazón, para llegar a la vida.

Y San Lucas añade de que hay que cargar con la cruz diariamente, dando a entender que ese estado de aceptación de la cruz no ha de ser tomado aisladamente, sino de un modo permanente continuo.

Seguir a Jesucristo: porque caminar con Cristo, al lado de Él, sintiendo su mano sobre la nuestra es mucho menos penoso. Ir en pos de Jesucristo significa seguirlo, imitarlo, copiar en nuestras vidas las virtudes del Señor Jesús.

El discípulo ha se seguir al Maestro en todo; seguirá sus pasos con la imitación fiel y ferviente de la vida de Jesús, dejándose impregnar de los sentimientos de Jesús, valorando las cosas con el criterio de Jesús, buscando siempre y en todo la voluntad del Padre que está en los cielos, lo mismo que hizo Jesús, que no vino para hacer la voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió.

"¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?"

Aquí se enseña a sacrificarlo todo, has el universo entero y la misma vida, con tal de no perder el alma; el mundo entero no es recompensa suficiente, para el que quiere asegurar la vida futura.

Todo lo de ese mundo tiene un valor relativo: en tanto se refiere a la vida futura, en tanto en cuanto posibilita y aun facilita la consecución de la vida futura; lo único que tiene valor absoluto y definitivo es la salvación del alma; es, pues, gran sabiduría preocuparse seriamente de la salvación eterna y mirar todo lo de este mundo como medios y no como fines en sí.

Esta vida de la que habla el Señor no es simplemente la vida física o material; es por contrario el hombre entero en su vida material y espiritual; no son los bienes, ni las ventajas temporales lo que Jesús promete; exige a los suyos el dolor cotidiano de la propia negación, para luego introducirlos en el Reino.

Vivencia.

Cuánto bien puede hacerte el repetirte con alguna frecuencia: ¿qué me aprovecha ganar todo el mundo, si pierdo mi alma? ¿Qué me aprovecha ganar todo el mundo, si al fin pierdo la vida? Esta es infinitamente más preciosa que cuanto se pueda ganar en este mundo; trata, por lo tanto, de desprenderte de las cosas de aquí abajo y anhela las de arriba.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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