martes, 5 de agosto de 2014

Martes de la decimoctava semana.

Martes de la decimoctava semana. Mateo 14,22-26 "Jesús subió a la montaña para orar a solas; y al atardecer estaba solo allí." Realizando el milagr

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Martes de la decimoctava semana.

Mateo 14,22-26

"Jesús subió a la montaña para orar a solas; y al atardecer estaba solo allí."

Realizando el milagro de la multiplicación de los panes y despedida la gente, Jesús se retira para estar a solas y dedicarse a la oración.

Este apartarse de Jesús, este buscar la soledad para entregarse a la oración lo vemos repetidas veces en distintos pasajes del Evangelio, y esto es no poco aleccionador para el apostolado.

No pienses que tanto más apostolado realizarás, cuanto más te muevas o más hables o más te preocupes; el verdadero apostolado es fruto no de un temperamento inquieto o dinámico, sino de una fuerza interior comunicada por el Espíritu Santo.

El tiempo que dedicas a la oración no es un tiempo perdido, sino que es tiempo ganado. La oración no puede ser en tu vida algo secundario o de menor importancia; por eso, al organizar las horas de tu día, comienza reservando algunos minutos para dedicarlos única y exclusivamente a la oración y sé fiel en observar esos tiempos sagrados; que nada ni nadie es más importante en tu día, en tu vida, que la oración al Padre que está en los cielos.

Trabaja mucho en tu apostolado, preocúpate por los demás, pero reza mucho más al Padre de todas las luces, para que tu apostolado sea eficiente.

Esfuérzate en corregir tus defectos, pero ora más por ello, para que tus esfuerzos consigan lo que te preocupes.

"Al ver la violencia de viento, tubo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: <<¡Señor, sálvame!>>"

Si examinas la experiencia de tu vida, constatarás que siempre que te apartaste del Señor sentiste la inseguridad bajo los pies.

También para ti permitirá el Señor algunos días o noches, o, al menos, momentos de tormenta, combates de tentación, luchando sin descanso para vencer. En esas circunstancias no pienses que Jesús te abandonará, sino piensa más bien que está a tu lado; no tardes en tomar la mano de Jesús, que se alarga hacia ti; Jesús pone el gesto salvador de su parte; no hagas que ese gesto resulte ineficaz por tu culpa.

No te extrañes de que tengas que luchar denodadamente contra la violencia de la tentación o la persistencia de la persecución; Jesús conoció la lucha de los apóstoles contra los elementos de la naturaleza y no acudió en su auxilio hasta que ya esos esfuerzos resultaron inútiles; es que Jesús exige nuestro esfuerzo personal, nuestro trabajo y nuestra colaboración; solamente cuando tú hayas puesto de tu parte cuanto puedas, es cuando debes confiar plenamente en la ayuda del Señor.

"En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?"

Ante el grito angustioso de Pedro, el Señor Jesús se compadece y al momento extiende su mano para salvar a sus apóstoles, no sin antes echarle en cara su poca fe, o hacerlo caer en la cuenta de que, si se ha encontrado en peligro, ha sido peor haberse olvidado de Él.

Jesús tranquilizó a Pedro y lo tomó de la mano. El cambio fue instantáneo; el amor y a la zozobra sobrevino la tranquilidad y la paz.

Cuántas y cuántas veces nuestra poca fe es la causante de que nos veamos privados de la ayuda oportuna del Señor; no permitas que la fe se apague en tu vida y precisamente en aquellos momentos en los que más la necesitas; que la fe ilumine todos tus actos y toda tu vida; que la fe sea la luz que te oriente en tus intenciones y en todos tus sentimientos; que la fe guíe todos tus planes y proyectos; que en el lugar de merecer aquel reproche de Jesús: "¡Hombre de poca fe", puedas escuchar lo que el mismo dijo a la mujer del Evangelio: "Tu fe te ha salvado."

Vivencia.

Este Evangelio es algo así como la estampa de lo que a ti te va a pasar, de lo que te sucederá en algunos momentos en tu vida. Tenlo presente para que sepas vivir el Evangelio en plenitud. Préndete de la mano de Jesús; mira que todo pasa, que todo se hunde, que todo es inestable y solamente el amor de Dios es el que permanece y hace permanecer. Señor, sálvame, Señor, alárgame tu mano; Señor tenme siempre contigo; Señor, recuerda que soy tuyo y consérvame siempre tuyo.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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