miércoles, 17 de septiembre de 2014

Miércoles de la vigésimo cuarta semana.

Miércoles de la vigésimo cuarta semana.
Lucas 7,31-35
"Porque llegó el Bautista, que no come pan, y bebe vino y ustedes dice: tiene un demonio."
El mundo todo lo interpreta mal y torcidamente; para él todo está mal y hasta las mismas acciones de los santos son mal interpretadas, ya que cuando el hecho en sí no solamente es bueno, sino que aparece como bueno, se sospecha al menos intenciones por las que se hace el acto bueno.
El Evangelio te pide que siempre pienses bien de todos y que cuando no puedas justificar el acto en sí, debes al menos justificar las intenciones con las que se realizó el acto.
No debes pensar mal de nadie y nunca:
-porque nadie te ha constituido a ti como juez de tu hermano; es algo que Dios se reserva para sí misma y de lo que hace participe a ninguna criatura;
-porque para juzgar a uno, es preciso e indispensable el conocimiento total y adecuado ya de la persona que realiza el acto, ya de las intenciones y móviles que la impulsan a obrar, ya del criterio que se ha formado de las cosas y en particular del hecho realizado.
Y tú nada de esto puedes saber, ni conocer, luego, la más indispensable prudencia te exige que te abstengas de emitir cualquier juicio sobre los actos de tu prójimo.
Si tú nada esto puedes saber, ni conocer; luego, la más indispensable prudencia te exige que te abstengas de emitir cualquier juicio sobre los actos del prójimo.
Si tú mismo no eres capaz de juzgarte a ti mismo, porque desconoces toda amplitud de responsabilidad que te compete, cuánto menos podrás conocer la parte de responsabilidad que tiene tu prójimo en los actos que realiza.
"Llegó el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: es un glotón y un borracho."
Jesús vino para salvar a los hombres; por eso ha querido asemejarse en todo menos en el pecado, como dice San Pablo.
Jesús tenia que presentarse ante nosotros como Modelo y ejemplar en todas circunstancias.
Jesús comía y bebía, se ponía a la altura de los hombres; no solamente ayunaba, porque sabia que el hombre si necesita del ayuno como acto de penitencia, necesita también alimentarse, para poder cumplir con todas sus obligaciones impuestas por Dios, por su estado o por la misma sociedad.
Esto debe moverte a la siguiente reflexión: como ser humano que eres, tienes tus necesidades humanas: comer, beber, dormir, descansar, divertirte; eres un ser humano inserto en una sociedad familiar y civil, constituida por cuantos te rodean en tu vida diaria, en tu trabajo, en el ejercicio de tu profesión.
Todo eso hace surgir una serie de deberes y obligaciones, que debes cumplir con todo cuidado.
No importa que te interpreten mal; tú obra, no porque te interpreten bien o mal, sino para cumplir tu obligación que, en último termino, es obligación para con Dios mismo.
Vivencia:
Dice el Señor que el que es sencillo todo lo juzga con sencillez, que de la abundancia del corazón habla la boca, que el que tiene limpio el corazón tiene limpios los ojos y con los ojos limpios todo se mira con limpieza y rectitud. De ahí la necesidad de purificarte por dentro, de limpiar tu corazón, para que todo lo veas limpio y puro; y nos advierte Jesús que no, seamos como los fariseos, que limpiaban por fuera la copa y el plato, pero por dentro se hallaban llenos de suciedad. Ya sabes que un elemento de purificación además del Sacramento de la Penitencia es el acto de contrición; repítelo con frecuencia y de todo corazón.
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.
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