Viernes de la vigésimo quinta semana.
Lucas 9,18-22
"Pedro le contestó: Tú eres el Mesías de Dios."
Hoy como ayer la presencia de Jesús es cuestionada, porque hoy como ayer su presencia cuestiona al mundo.
Jesucristo
 es siempre interrogante que se plantea frente a todas las realidades de
 la vida, frente a la vida misma. Ante ese interrogante se reacciona de 
muy distintas formas en no pocas ocasiones contradictorias; hay 
respuestas que contradicen al Evangelio...y el Evangelio que contradice a
 muchas respuestas.
Para
 poder descubrir quién es Jesucristo es preciso acudir a la fe; 
solamente la fe es capaz de penetrar el hondo misterio que encierra la 
personalidad de Jesús.
El
 apóstol Pedro iluminado por la luz del Espíritu Santo penetra y 
descubre la personalidad de Jesús y por eso responde: "Tú eres el Mesías
 de Dios", el elegido de Dios, el Hijo de Dios.
El mundo de hoy creyente o no creyente va repitiendo la pregunta trascendental: ¿Quién es Jesús?
Trascendental
 la pregunta, pues la actitud que se adopte frente a ella, de la 
respuesta que se le dé, dependerá luego la vida del que responde.
A
 ti también te está de continuo y en todos los lugares que frecuentas 
cuestionando el mundo que te rodea:  ¿Quién es Jesús? ¿Quién crees tú 
que es Jesús? ¿Qué es para ti, para tu vida?
Y
 esos interrogantes debes responder con tu palabra clara y sin titubeos y
 con el testimonio de tu vida que respalde tus palabras. Más aun: debes 
vivir y actuar de tal forma, que ya resulte inútil la pregunta, pues 
estás dando la respuesta antes de que te pregunten y la estás dando a 
voz en grito con la convincente fuerza de tu vida.
Jesús
 es el Cristo de Dios; el Ungido del Padre para traer al mundo la 
salvación; luego será inútil esperar la salvación en otro que no sea 
Jesucristo; "porque en ningún otro hay salvación, ni existe bajo el 
cielo otro Hombre dando a los hombres por el cual podamos salvarnos" 
(Hch 4,12).
Jesucristo es, pues, nuestra esperanza y el realizador de esa esperanza; Él es la promesa y el realizador de la promesa.
Si
 tú quieres llegar a descubrir como Pedro los secretos de Jesucristo y 
de la misión de Jesucristo, es preciso que te pongas en disposición de 
ser iluminado por el Espíritu Santo, único que es capaz de descubrir los
 corazones abiertos a él cuál es la anchura y la longitud, la altura y 
la profundidad y conocer el amor de Cristo que excede todo conocimiento"
 (Ef. 3,18-19).
"El Hijo del Hombre debe sufrir mucho."
Acabamos
 de reflexionar que Jesucristo tiene una personalidad y una misión 
propias; pues esa personalidad y esa misión se realizan en su Pasión y 
en su muerte.
Indudablemente
 que en esto, como en otras cosas, los planes de Dios y los métodos 
empleados por su Providencia no coinciden con los demás hombres: "Porque
 los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes 
mis caminos (Is 55,8).
Para
 nosotros si Jesucristo es el Elegido de Dios, debería hacer aparecido 
así ante los hombres, a fin de llegar a una victoria publica y 
manifiesta, definitiva, aplastante y gloriosa
Para
 Dios su Elegido debería humillarse, pasar invertido y cuando la 
esperanza a darse a conocer, debía sufrir toda clase de contradicciones y
 persecuciones, hasta terminar extendiendo sus brazos en la cruz y 
muriendo aparentemente vencido y definitivamente borrado del mundo en la
 oscuridad del sepulcro.
Pero no termina en el sepulcro.
Muy
 bien lo advierte el mismo Jesús a San Pedro, cuando le dice que "el 
Hijo del Hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los 
sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte", pero termina 
diciendo que "resucitará al tercer día".
Es
 Jesús el Ungido de Dios, destinado a morir por todos los hombres; pero 
es también el Cristo destinado a resucitar no solamente Él, sino 
resucitar todos los hombres.
¿Por
 qué no piensas que ahora estás tú en lugar de Cristo y por lo mismo 
eres tú también destinado por Dios a morir primero y luego resucitar?
Estás
 destinado a sufrir; no te extrañes, pues, de sufrir; no te llame la 
atención el hecho de tropezar en tu vida con el sufrimiento bajo alguna 
de sus innumerables facetas.
Pero
 también debes caer en la cuenta de que ese sufrimiento está destinado a
 redimirte a ti mismo y a tus hermanos los demás hombres; al fin 
descubriste el sentido y el porqué de tu sufrimiento en tu vida.
Vivencia.
La
 obra y la misión de Jesús termina en el sepulcro, resucitó triunfante e
 inicia ya una nueva vida gloriosa y celestial. Es verdad que tú vives 
en el mundo y que no podrás evadirte del mundo (ni deberás tratar de 
hacerlo), pero en tu accionar en el mundo durante la vida todo debe 
cobrar un sentido salvador y escatológico; todo lo debes vivir en 
proyección hacia la salvación y en orden final, que será tu resurrección
 y tu glorificación con Cristo, en Cristo y por Cristo.
El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.