lunes, 6 de octubre de 2014

Lunes de la vigésimo séptima semana.

Pan y Vida se fundó para llevar consuelo, alivio, en tantos momentos difíciles que pasamos a diario ayúdenos a seguir http://bit.ly/1uVrtQZ __ Lunes

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Pan y Vida se fundó para llevar consuelo, alivio, en tantos momentos difíciles que pasamos a diario ayúdenos a seguir http://bit.ly/1uVrtQZ

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Lunes de la vigésimo séptima semana.

Lucas 10,25-37

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón."

Jesús pregunta al doctor que lo interroga y, una vez que recibe su respuesta, Jesús le enseña algo muy importante y trascendental.

Jesús le dice: "Has respondido exactamente; obra así y alcanzarás la vida".

Como si le dijera: conoces bien lo que debes hacer para salvarte; pero no basta este conocimiento teórico, para llegar a tu salvación; solamente será efectiva tu salvación, cuando vivas lo que conoces.

Y ¿qué querrá decir "amar a Dios con todo el corazón"?

Ama a Dios con todo el corazón el que en todos los actos de su vida tiene amor de Dios causa y explicación, que todo lo hace con amor y por amor.

Ama a Dios con todo el corazón el que es capaz de soportar la cruces y sufrimientos de la vida por amor a Dios.

Ama a Dios con todo el corazón el que en todo busca agradar a Dios, evitando, por el contrario, cuanto pueda desagradarle en sus pensamientos, sentimientos o acciones.

Debes examinarte para ver si hay en tu corazón alguna fibra que no vibre a impulsos del amor de Dios; mira cuáles son tus planes y proyectos y sin ellos el amor de Dios; cuáles son tus aspiraciones y tus deseos y sin ellos el amor de Dios ocupa el lugar que le corresponde.

Y mira más aún: Santa Teresa de Jesús le dijo al Señor en cierta ocasión que lo amaba con todo el corazón, pero que como conocía que su corazón era tan pequeño y el amor que ella quería tenerle era tan grande, anhelaba tener corazones de todos los hombres y todos los tiempos, para amarlo con todos ellos.

Así deberías amar tú al Señor.

"¿Quién es mi prójimo?"

Jesús nos da el precepto de amar a nuestro prójimo y para que lo pudiéramos cumplir mejor, nos quiere enseñar quién es nuestro prójimo; para ello nos propone la Parábola del Samaritano.

Las relaciones entre judíos y samaritanos no eran muy cordiales que digamos; un odio inveterado los dividía desde que los siglos antes, al volver los judíos del destierro de Babilonia, habían comenzado la reconstrucción del templo de Jerusalén y rehusado la colaboración de los samaritanos, considerándolos medio idolatras. Desde entonces se había abierto entre ambos pueblos un abismo.

Los samaritanos se habían construido un templo por su cuenta en el monte Garizin y los judíos evitaban el contacto con los samaritanos, hasta evitar el paso a Samaría, cuando iban desde Galilea a Jerusalén. Los consideraban como paganos y no los admitían en la categorías de prójimos.

Jesús mostrándonos al samaritano que se inclina sobre el pueblo judío herido y abandonado a orilla del camino y cuidándolo como un hermano, quiere enseñarnos que nuestro prójimo no son sólo los amigos y compatriotas, sino también los extrajeras, aunque sean enemigos. Y por lo tanto también a ellos ha de extenderse nuestra caridad.

La caridad cristiana no debes excluir a nadie; todos somos igualmente hijos de Dios y, en nuestra consecuencia "todo hombre es mi hermano" y si es mi hermano lo debo tener como tal, lo debo ayudar, lo debo tratar, lo debo amar como tal.

"Ustedes son todos hermanos" (Mt 23,8).

Sólo la caridad de Jesucristo puede hermanar a los pueblos y cicatrizar las heridas de la pobre humanidad.

¡Cuántos sufrimientos ha causado el odio de los pueblos! ¡Cuántas familias desunidas y desgarradas porque en ellas no vibra la caridad evangélica! ¡Cuántos humanos corazones en los que anida la maldad, la torcida voluntad, el mal deseo! ¡Cuántos hermanos desunidos por viles intereses materiales! ¡Cuántos esposos que viven corporalmente juntos, pero anímica y afectivamente separados!

Todo ello por falta de caridad, por no cumplir aquel mandamiento divino: ¡Ámense los unos a los otros como yo los he amado" (Jn 15,12).

Vivencia.

El Señor Jesús nos propone la Parábola del Samaritano y al terminar nos amonesta: "Obra así y alcanzarás la vida." Entre los hijos de Dios, entre los redimidos de Jesucristo, podrá haber distintos criterios, diversas opiniones, encontradas pareceres, que puedan separar y dividir las mentes de esos hijos de Dios; pero si sus mentes puede hallarse divididas, no así sus corazones, que por nada se debe permitir lleguen a la división, al enfrentamiento, al alejamiento.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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