jueves, 9 de octubre de 2014

Jueves de la vigésima séptima semana.

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Jueves de la vigésima séptima semana.

Lucas 11,5-13

"Pidan y se les dará...."

Eficacia de la oración: Dios nunca es indiferente a las suplicas del hombre y eso no porque lo dejemos en paz, sino por amor a nosotros.

Son, pues, tres afirmaciones que en mayor o menos grado se nos presentan aquí:

-la oración o petición de las necesidades que tengamos;

-la perseverancia para obtener las gracias que pidamos;

-la seguridad de la bondad de Dios en la concesión de los bienes pedidos.

Es decir que con este texto evangélico se nos propone la necesidad de orar para obtener los favores del cielo y a esta oración se le garantiza su eficacia.

Las tres formas o expresiones binarias:

-"Pidan y se les dará,

-busquen y encontrarán,

-llamen y se les dará",

son expresiones ubicadas en la forma paralela y no vienen a expresar más que la idea fundamental: la necesidad de orar para alcanzar los favores del cielo.

En tu vida cristiana seguramente tienes orden de tus cosas, de tus obligaciones, de tus trabajos, de tus tiempos libres; en ese ordenamiento y reglamentación de tu tiempo y aun de tu interés por las cosas, no puedes olvidar el destinar algún tiempo para la oración, en la que pedirás a Dios cuanto necesitas.

Cada mañana debes destinar unos pocos minutos para ponerte en la presencia de Dios y ofrecerle todas las obras del día.

A lo largo del día, en medio de tus ocupaciones cotidianas y sin necesidad de apartarte de ellas, acostúmbrate a recordar frecuentemente al Señor y elevarle tu corazón.

Al atardecer será muy hermoso y para ti muy provechoso que le reces el Rosario a la Santísima Virgen, pidiéndole su bendición a la buena Madre.

Antes de acostarte dedica unos poco minutos a la lectura espiritual, a la meditación de la Palabra de Dios, para luego terminar tu día purificándote con un acto de arrepentimiento, un examen de tu conciencia y una breve oración, para ponerte en los brazos de Dios, tu Padre celestial, y descansar en ellos durante la noche.

"Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan."

Dios no solamente nos concede lo que le pedimos; va más allá y se nos da a sí mismo, nos da su propio Don, que es el don de su divino Espíritu.

San Mateo cambia aquí la palabra "Espíritu" y la formula más bien de esta manera: "Dios dará cosas buenas a aquellos que se las pidan" (Mt7,7-11).

Como las "cosas buenas" en esta perspectiva religiosa son los bienes espirituales mesiánicos, San Lucas los ha sinterizado en lo que es el gran don mesiánico: la efusión del Espíritu Santo, dispensador de todo bien (Jn 7,38-39).

Pero es muy propicio para tu reflexión la alusión al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es el mayor don que el Padre pueda concederte, porque el Espíritu Santo es el mismo Dios que el Padre y que el Hijo; y esa tercera Persona de la Santísima Trinidad es el Amor sustancia y personal que se tienen el Padre y el Hijo, de suerte que al venir a nosotros el Espíritu Santo, vienen también el Padre y el Hijo; la donación del Espíritu es la donación del mismo Dios Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Y el Padre celestial se complace en enviarnos su Espíritu porque tiene sus complacencias en estar con nosotros, en venir a nosotros. "El que me ama, será fiel a mi Palabra y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él" (Jn14,23).

No impidas la realización en ti de los planes de Dios, no coartes la acción del Espíritu Santo.

Cuando sientas el deseo de una propia superación, es el Espíritu Santo el que está obrando en ti; no tienes más que seguir esos impulsos.

Cuando te sientas inclinado a una vida más perfecta, a una vida de acción apostólica más intensa, no dudes de que todo eso viene del Espíritu Santo y que en consecuencia debes seguir y secundar esos deseos.

No te dejes engañar por el pensamiento de que la espiritualidad laical propia tuya no exige esos medios de espiritualidad. Esa misma vocación de obligará a cristianizar y santificar esas cosas materiales y nada más efectivo para ello que una vida de intensa espiritualidad.

Vivencia.

Un cristiano es un hombre que está en continua tensión hacia Dios; esa tensión la aporta de lo terreno y lo acerca a lo celeste, lo aleja de la materia terrena y lo aproxima al espíritu; por eso un cristiano autentico es un hombre que es cada vez mejor hombre, porque es cada vez más Dios.

En realidad, cuando el hombre se aproxima más a Dios se hace más hombre, un hombre más perfecto, porque es un hombre enraizado en Dios, proyectado a la perfección infinita que es Dios. Por eso, a fin de llegar a ser más hombre y llegar a ser más Dios, debes llevar una vida en constante contacto con Dios nuestro Señor; y ese contacto se realiza por medio de la oración, que te hace hablar con Dios, que te dispone para escuchar a Dios y en ese hablar y escuchar a Dios se fundamenta tu vida de oración.

Porque a Dios no solamente le debes pedir lo que tú necesitas, sino también lo que Él necesita de ti; Él necesita de tu colaboración personal para tu salvación y santificación, como dice San Agustín: "Aquel que te hizo sin ti, no te salvará sin ti."

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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