miércoles, 9 de julio de 2014

Miércoles de la decimocuarta semana.

Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento. Salmo 22 Miércoles de la decimocu

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Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento. Salmo 22

Miércoles de la decimocuarta semana.

Mateo 10,1-7

"Vayan a las ovejas perdidas del pueblo de Israel."

Jesús organiza su apostolado; reúne en torno a sí un numero de personas, a la que forma para esta misión y a las que dota de todos los poderes y cualidades, que la misma ha de requerir. Jesús envía a sus apóstoles para destruir el mal en el mundo; es, pues, lógico que los dotara de poderes contra el mal, nombrando en el Evangelio con la expresión "espíritus impuros".

La voluntad salvífica de Dios sea yo me limite en mi apostolado a determinado sector; quizá me envíe como apóstol, volante a evangelizar campos vírgenes; quizá mi campo de acción se vea reducido al hogar, a la comunidad, a mi parroquia; quizá se me haya concedido el carisma de Pablo, enviado a los gentiles, a los que no tienen fe...."La palabra de Dios no se encadena" (2 Tim 2,9) a ningún lugar, ni persona, ni circunstancias ni condicionamiento alguno: "Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión y sin ella, arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar" (2 Tim 4,2).

No pocas veces la prudencia humana contradice a la prudencia del Espíritu de Dios. No pocas veces el miedo o la timidez se disfrazan de humana prudencia. De esa humana prudencia que encadena la Palabra de Dios.

"Proclamen que el Reino de los cielos está cerca."

Jesús eligió a los doce apóstoles o enviados; el nombre de apóstol era usual entre los rabinos; así el sumo sacerdote se comunicaba con las distintas comunidades judías mediante sus enviados o apóstoles; que en ocasiones eran meros correos portadores de las cartas y alguna vez iban munidos con poderes especiales, delegados del sumo sacerdote.

Nosotros cumplimos ambas funciones: somos portadores de la carta de Jesucristo a la humanidad que es el Evangelio, y somos participantes de los poderes de Jesús, que nos inserta en su triple misión: sacerdotal, profética y real.

Antes que nada un apóstol es un hombre lleno y rebosante de aquel del que es enviado; mal puedo considerarme apóstol de Cristo, si no lo llevo en lo más hondo del alma y no me muerde constantemente el deseo acuciante de hacerlo conocer y amar por cuantos me rodean. El que nos arde, no enciende.

El apóstol es el desbordamiento de la vida interior.

Dice el Señor que el Reino de los cielos está cerca, no tanto en tiempo, cuanto en la vivencia de cada uno de nuestros actos, vividos bajo su influencia y en su protectiva.Somos nosotros los que debemos hacerlo cercano y presente, dando a nuestra vida un sentido escatológico.

No vivimos para este mundo, por más que estemos en este mundo: "Como no son del mundo, sino que yo los elegí y los e sacado de él" (Jn 15,19); "ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Jn 17,16). Si, pues, no somos de este mundo, no podemos vivir para el mundo, sino en el futuro Reino de Dios.

Vivencia:

Debo sentirme constructor del Reino de Dios; y debo construir ese Reino con cada una de mis obras, por sencillas que ellas pudieran parecer.

Todo debo orientarlo con proyección prospectiva, hacia el más allá, hacia la Purusía del Señor.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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