martes, 8 de julio de 2014

Martes de la decimocuarta semana.

Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento. Salmo 22 Martes de la decimocuart

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Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento. Salmo 22

Martes de la decimocuarta semana.

Mateo 9,32-38

"Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos....proclamando la Buena Noticia del Reino."

El tema de la predicación de Jesús era el mensaje nuevo Reino de Dios que Él venia a establecer en la tierra.

Era ése el fin de su venida y debía cumplir con fidelidad.

Nosotros tenemos una finalidad en nuestra vida de seres humanos y en nuestra vida de cristianos, cristianos comprometidos en la tierra de evangelización, de la instauración del reino de Dios en el mundo.

Debemos guardar igual fidelidad a nuestra tarea que la que conservó Jesús en la suya; si nos comunicó la participación e imitación en la fidelidad, que Él guardó.

No se buscaba Jesús a sí mismo, no pretendía recoger alabanzas, ni simpatías; solamente buscaba dar a conocer al Padre. Y eso es lo que nosotros debemos pretender en todas las actualizaciones de nuestro apostolado: dar a conocer al Padre y a su enviado Jesucristo (Jn 17,3). No nos busquemos a nosotros mismos, no pretendamos recoger alabanzas o reconocimientos; no desvirtuemos nuestra misión.

Aquella gente se hallaba "abatida", porque no había quién les diera el pan del mensaje del Reino.

Abatimiento y desconcierto que hoy también constatamos en nuestros fieles, por falta de buenos guías y pastores. Necesidad de pastorear a nuestros fieles con el pan de la ortodoxia y de la auténtica piedad.

"La cosecha es abundante y los trabadores son pocos....Rueguen al dueño de los sembrados que envié trabajadores para que cosecha."

La frase "la cosecha es abundante....." probablemente era algo como un proverbio popular, muy común, y que Jesús aplica aquí a una situación religiosa.

Es el Padre el que debe enviar trabajadores a su cosecha; no es libre cualquiera de ir por su propia iniciativa; es el Padre el que a cada uno señala el lugar donde quiere que lo sirva y en el que debe realizar la misión que le confía.

De ahí la necesidad de realizar de parte del Padre; debemos ser enviados, ser misioneros del Padre; del Padre proviene la vocación al apostolado que surge en el cristiano; el Padre vela por las condiciones, circunstancias y campos donde se debe realizar ese apostolado.

La vocación siempre viene de Dios.

Pero si la vocación viene de Dios, es Él solamente quien puede cambiarla y no somos nosotros dueños y libres para modificarla a nuestro antojo, o según nuestros gustos y conveniencias.

Si, pues, la vocación, la misión es un don del Padre, es un don que debe ser primeramente reconocido y aceptado por nuestra parte y luego sinceramente agradecido; debemos reconocer también y aceptar las exigencias de esa misión apostólica; no quedarse solamente con la alegría de haber sido llamado; cobrar conciencia con la alegría de haber sido llamado; cobrar conciencia de las exigencias de ese llamado y vivir en conformidad con ellas.

La misión de Jesús se prolonga y actualiza, se hace presente en el aquí y el ahora y para estos hombres de ese mundo concreto por medio de sus discípulos.

Vivencia:

La preocupación por las vocaciones sacerdotales y religiosas no nos debe dejar impasibles, en el doble nivel: personal y eclesial.

Personal, pues ya somos nosotros los integrantes de ese equipo de misioneros o enviados por el Padre a sus mies, cumplamos con nuestro trabajo o conciencia y dando el ejemplo, a fin de que nuestra acción sea realmente constructiva del Reino y testimonio de nuestra vida y de nuestro actuar lleve al conocimiento del Señor.

Eclesial, puedes debe acuciarnos la santa inquietud por la formación de un ambiente vocacional, allí donde el Señor nos haya puesto y allí donde puede llegar nuestra actuación.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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