viernes, 16 de octubre de 2015

Viernes de la vigésimo octava semana

Viernes de la vigésimo octava semana. Lucas 12,1-7 "No teman a los que matan al cuerpo....." Dos virtudes se recomiendan al discípulo del Señor: la

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Viernes de la vigésimo octava semana.

Lucas 12,1-7

"No teman a los que matan al cuerpo....."

Dos virtudes se recomiendan al discípulo del Señor: la virtud y sinceridad frente a la hipocresía de los fariseos y la valentía en la confesión de la fe.

La hipocresía de los fariseos era la apariencia de santidad y el estar vacíos de virtud y llenos de maldad; los discípulos de Jesús no pueden ser así; han de mostrarse por fuera como son por dentro; para mostrarse buenos, justos y rectos por de fuera deben primero serlo por dentro; lo que aparece por fuerano debe sino el reflejo de lo que sea por dentro.

Nada hay tan oculto que no se se llegue a descubrir; nunca podrás pensar o decir: "Ahora estoy solo", pues siempre te acompañara tu conciencia, que no es otra cosa que la mirada de Dios.

No hay tinieblas tan espesas, que puedan ocultarte al ojo penetrantede Dios; por eso tu intimidad, por intima y secreta que la quieras suponer, queda siempre patente a los ojos de Dios y un día habrá de llegar en el que Dios saque la luz las tenebrosidades de tu intima soledad.

Jesús nos promete librar a sus discípulos del sufrimiento y de la muerte, sino dar testimonio de su lealtad en el día final.

La persecución, lo mismo que la tentación, no siempre serán evitadas por Dios para sus elegidos, pues son parte de la economía divina.

La fortaleza es también un don del Espíritu Santo. Los santos mártires de la Iglesia de Dios no temieron la muerte ni el sufrimiento; superior orientar toda su vida hacia la eternidad; como lo dice la Sagrada Biblia: "Las almas de los justos están en las manos de Dios y nos afectará ningún tormento. A los ojos de los insensatos parecían muertos su partidas de este mundo fue considerada una desgracia y su alejamiento de nosotros, una completa destrucción, pero ellos están en la paz.

"A los ojos de los hombres, ellos fueron castigados, pero su esperanza estaba colmada de inmortalidad; por una leve corrección recibirán grandes beneficios, porque Dios los puso a prueba y los encontró dignos de Él" (Sab 3,1-5).

"Ustedes tienen contados hasta los cabellos de sus cabezas."

La amorosa Providencia de Dios está siempre junto a sus hijos para atenderlos en todas sus necesidades; es como un manto protector que los cubre y no los deja nunca a merced de la tentación ni el Maligno.

El Padre tiene en sus manos no sólo la historia del mundo, sino también la de cada uno de los integrantes del mundo, que son sus hijos; si vela solícitamente y con paternal amor sobre la Creación entera, sobre los seres irracionales, como dice el Evangelio: "Sobre los lirios del campo y sobre las aves del cielo", cuánto más velará sobre los hombres, que somos sus hijos.

Tanto la historia comunitaria de la humanidad entera, como la historia intima y personal de cada uno de los hombres está en las manos de Dios y esto aun cuando los caminos de la divina Providencia resuelven en ocasiones incomprensibles para el conocimiento humano.

Tu suerte, tu vida, tu porvenir están las manos de un habilísimo abogado, no de un sabio, de un poderoso del dinero, de la fuerza o de la influencia; tu suerte está nada menos que en las manos de Dios.

"Gracias Padre que nos han hecho del participar en la herencia luminosa de los santos. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de s Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados" (Col 1,12-13).

Vivencia.

Solamente debemos temer a Dios, no a los hombres; pero el temor de Dios, que es don del Espíritu Santo, no es un temor servil, sino un temor filial.

No un temor que es movido y sostenido por el posible castigo, sino el temor que nace del amor, el temor reverencial y respetuoso del hijo que teme disgustar a su padre, no tanto porque el padre lo pueda castigar, cuando porque el amor que el hijo tiene a su padre, lo hace desear toda la alegría y toda complacencia al Padre a quien ama.

Temor de que en nosotros no se cumpla la voluntad del Padre celestial, el plan que Él tiene sobre nosotros y que le hace prever todas nuestras necesidades y proveer a las mismas con su divina Pro-videncia.

Temor de que nosotros no sepamos responder adecuadamente las inspiraciones del Espíritu Santo, a las mociones de la gracia.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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