lunes, 19 de octubre de 2015

Lunes de la vigésima novena semana

Lunes de la vigésima novena semana. Lucas 12,13-21 "¿Para quién será lo que has amontonado?" El que atesora riquezas para sí y no para Dios es un n

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Lunes de la vigésima novena semana.

Lucas 12,13-21

"¿Para quién será lo que has amontonado?"

El que atesora riquezas para sí y no para Dios es un necio; la vida no se puede asegurar por los bienes materiales.

El hombre se hala siempre tentado de buscar su salvación y su seguridad en los bienes de la tierra, en las riquezas, en las posesiones; el dinero segura su porvenir y en consecuencia es poco todo el empeño que pone en seguir dinero y más dinero y nunca llega a pensar que ya tiene suficiente: cuanto más tiene, más quiere tener y la sociedad de consumo y de inversión en la que estamos sumergidos lo lleva por el mismo camino, ya que el mejor y aun el único medio de poder conseguir mucho es tener mucho ahora.

Esto descentra y desubica al hombre y hace que todo lo que el hombre realza, todo sea excéntrico y desubicado, todo esté mal orientado, pues los bienes terrenos no aseguran ni la misma vida; menos aún aseguran la salvación, la vida eterna.

Este es precisamente el tema central de esta parábola: el afán de las riquezas es una necesidad, porque la vida temporal no se funda ni depende de ellos, pero menos aún la otra vida.

Jesús nos propone una parábola en la que el interlocutor, hablando a solas consigo mismo, se decía: "Tienes muchos bienes almacenados para muchos anos".

Quizás si esto lo hubiera pensado no a solas, sino en común con su prójimo, y sobre todo si en su monologo hubiera dejado de intervenir a Dios, convirtiéndolo en un dialogo oracional, no hubiera llegado a aquella epicúrea concusión: "Descansa, come, bebe, date buena vida."

No interesa tanto en esta parábola el egoísmo del rico o su afán de placeres; lo que más interesa es la seguridad que se promete para el futuro; seguro de sí mismo y de su posición, planea para el futuro goces sin medida.

Cuando Dios interviene es para decirle: "Insensato, esa misma noche vas a morir".

Es que no cabe otro epíteto, que pueda calificar una actitud como aquella: insensato, porque pensaste que esos bienes que poseías te iban a alcanzar para calmar tu conciencia; insensato porque, teniendo todos los bienes, pensabas que ya tenias cuanto es necesario para ser feliz; insensato, porque miraste a tu alrededor y no miraste ni para arriba, ni para tu interior; necio, porque juzgaste que la felicidad consistía sólo en comer, en beber y en darte una nueva vida; insensato, porque esa misma noche te iban a pedir el alma y al alma no se le cuida comiendo, bebiendo o dándote los gustos.

Solamente el que atesóralos bienes de Dios, los que transcienden esta vida, los vienes de la virtud y santidad que no se guardan en los silos de la tierra sino que se atesoran en el cielo, solamente ése es el verdadero cuerdo y sensato, ése el que atesora no sólo por muchos anos, sino por toda la eternidad.

"Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios."

Claramente queda reprobada en este texto la avaricia.

La avaricia, es decir, un afán desmedido y descontrolado de los bienes materiales o riquezas. Sabemos muy bien, que las cosas materiales no son necesarias para nuestra vida y para la vida de los nuestros; pero siempre encontramos latente el peligro de confundir lo necesario y prudente con lo excesivo y desmedido, con el apego del corazón que, de esta manera queda pendiente y esclavizado del dinero y que su posesión.

Los que se dejan por este espíritu de avaricia viven esclavizados de sí mismos y de sus cosas, buscan anhelosamente más y más comodidades y lujos, y procuran satisfacer hasta los mínimos caprichos y veleidades. El avaro todo lo reduce a guarismos y todo lo sacrifica, aun su propia conciencia y sus ideales, por una ventaja económica o de comodidad.

En cambio, el rico delante de Dios no es que tiene mucho dinero sino el que tiene muchas virtudes; piensa más bien que las riquezas no te seguirán más allá de sepulcro; con el dinero podrás construirle un panteón de mármol y bronce, pero ese grandioso panteón no pasará de ser un sepulcro y tú no podrás gozar de él; en cambio tus buenas obras te seguirán más allá del sepulcro y te conducirán a la vida eterna.

Vivencia:

El hombre rico de la parábola fue sorprendido por la muerte en el momento menos pensado: precisamente en la noche en que hacia planes sobre su futuro, en la que se organizaba a sí mismo y actividad, prometiéndose una larga y próspera vida.

Tú debes pensar que en cualquier momento puedas se llamado por Dios para que le rindas cuentas de tu vida; debes estar preparado, vivir preparado, al de que el llamado de Dios, si bien es imprevisto, no te tome a ti sin la debida preparación.

La mejor preparación, la única preparación apta, para la otra vida es la practica de las buenas obras; haz el bien y evita el mal.

"Apártate del mal y obra el bien; tendrás para siempre una morada porque Yahvé ama lo que es justo u no abandona a sus amigos" (Sal 37,27).

"No imites lo malo, sino lo bueno. El que obra el bien es de Dios" (3Jn 11).

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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