sábado, 18 de julio de 2015

Sábado de la decimoquinta semana

Sábado de la decimoquinta semana. Mateo 12,14-21 "Este es mi servidor a quien elegí; mi muy querido en quien tengo mi predilección." Este texto tom

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Sábado de la decimoquinta semana.

Mateo 12,14-21

"Este es mi servidor a quien elegí; mi muy querido en quien tengo mi predilección."

Este texto tomado del profeta Isaías ha sido ya anteriormente aducido por San Mateo, con motivo del bautismo de Jesús en el Jordán: "Una voz que venia de cielo decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco".

Qué motivo de intimo gozo deber ser para nosotros el saber el amor que viven el Padre y el Hijo entre sí, amor que por ser tan intimo y profundo y por ser infinito, como acto de las Personas de la Trinidad, no puede menos de ser un amor sustancial y personal: la tercera Persona de la Santísimo Trinidad.

Es el Espíritu Santo el que a mí me hará agradable al Padre y al hijo; es el Espíritu de Dios el que me transformará mi vida por medio del amor, debo dejarme en mí fidelidad a esas inclinaciones espirituales que hará surgir el Espíritu en lo más intimo de todo mi ser, si yo me esfuerzo por ser fiel y dúctil a sus movimientos.

Gracias, Señor; yo también, como Maria Santísima, puedo y debo exclamar: "¡El Señor ha hecho en mí cosas grandes!".

"No discutirá ni gritará….no quebrará la caña doblaba."

No se podía describir con más sencillez, pero al mismo tiempo con mayor convicción, el carácter manso, humilde y complaciente Jesús; con dos imágenes de sabor casero expone el profeta Isaías las mansedumbres del Maestro: "no quebrará la mecha humeante". El Señor sabrá esperar con paciencia, pondrá todos los medios posibles para conseguir la salvación de los hombres y, por grande que sea la maldad y la ingratitud de éstos, siempre será mayor su paciencia y su bondad.

No resistirán al análisis o confrontación con el Evangelio las modernas, insultantes representaciones de Jesús guerrillero o soliviantador de masas, o canonizados de la violencia, sea ella cual fuere y venga de donde viniere. Como también será antibíblico el pensar en un Jesús sociólogo, o como un líder de contornos meramente humanos.

Tampoco responderá al autentico Cristo la imagen de un Mesías espiritualmente sin definiciones frente a los problemas que afectan al hombre en el orden temporal.

Todas esas son falsas imágenes del Señor. Jesús fue el defensor y reinvidicador de la justicia en todo y para todos y el fustigador incansable de la falsedad simbolizada por los fariseos. Fue Jesús el predicador viril de la necesidad de la propia abnegación, del sacrificio de redención, el fustigador de la hipocresía. Pero, al mismo tiempo, el hombre más indulgente que pudiéramos imaginar ante la debilidad humana, ante una mujer explotada, ante un ladrón arrepentido; el hombre que supo derramar lágrimas arracadas a sus ojos por los sentimientos de la amistad.

Vivencia:

Jesús no apagaba la mecha humeante de la buena voluntad; tú no debes rechazar la expresión de arrepentimiento o el deseo de propia reacción, aun en su más mínima esperanza.

Por otra parte, Jesús hará triunfar su ley evangélica en el mundo no por la fuerza de las armas o del derecho, sino por la fuerza del amor y la bondad.

Jesús ni disputaba, ni gritaba…expresiones que nos demuestran su bondad y mansedumbre. Nosotros debemos seguir esos ejemplos. Los que nos rodean, los que viven y actúan con nosotros, ¿podrían decir con verdad de nosotros lo mismo que los contemporáneos de Jesús afirmaron de Él?

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viernes, 17 de julio de 2015

Viernes de la decimoquinta semana

Viernes de la decimoquinta semana. Mateo 12,1-8 "Aquí hay alguien más grande que el Templo" Para un judío de la época de Jesucristo nada había en e

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Viernes de la decimoquinta semana.

Mateo 12,1-8

"Aquí hay alguien más grande que el Templo"

Para un judío de la época de Jesucristo nada había en el mundo más grande que el Templo de Jerusalén. Para los judíos el Templo era el símbolo de conjunto de tradiciones y prescripciones de orden religioso y patrio; era, en cierto sentido, la nación misma.

Viene Jesús y dice que el Templo, con todo lo que él significaba, no era el todo y no siquiera lo mejor.

Que hay algo más y mejor que el Templo, que la observancia externa y estricta de los preceptos levíticos y rituales.

Indudablemente que debemos saber interpretar acertadamente las palabras del Seno, como a continuación trataremos de hacer; pero también es cierto que la enseñanza básica de Jesús es que el espíritu es mejor letra, que el amor con el que se cumple la ley es superior a la ley misma, que no es la ley la que por sí santifica, sino el alma que ponemos la ley.

"Misericordia quiero y no sacrificios."

Al decir Jesús que no había algo que era superior al Templo y con esas palabras referirse a sí mismo daba a entender que era Él verdadero Dios, superior a cuanto los hombres pudieran hacer y organizar.

Claramente da a entender el Señor que la prescripción sabática no había de tener en su nueva ley la vigencia absoluta del DIA sábado, afirmando que Él serraba sobre el sábado y no viceversa. Una nueva afirmación de los sinópticos de la divinidad de Jesucristo.

Ahora nos dice que prefiere la misericordia a los sacrificios, forma sinóptica de repetir que es el espíritu y no la letra de la ley que santifica y agrada al Padre.

El Espíritu está sobre las instituciones y estructuras.... tanto en la Iglesia en general como en la vida religiosa o sacerdotal en particular; si el bien el Espíritu de Dios impulsa al respeto y acatamiento de las mismas en cuanto éstas pueden facilitar y favorecer la acción de Espíritu.

Era, por tanto, preciso que el Señor ratificara la supremacía del espíritu por una parte y devolviera a la ley su primitiva pureza por otra.

"Misericordia quiero y no sacrificios"; con este texto, que el Señor toma del Profeta Oseas, les echa en cara a los fariseos su poca caridad para con el prójimo.

Dios prefiere la misericordia a los sacrificios, es decir, los sentimientos de un corazón sincero y compasivo a la practica meramente externa y ritualista de los preceptos de la ley.

Vivencia.

Hay un tipo de cristianismo negativo que no mira sino las prohibiciones; una forma de vivir el Evangelio, que produce el temor y no la confianza; no es esa la forma que place el Señor; ni las prescripciones de la vida religiosa se deben vivir en este tono, sino con el alma abierta a la esperanza, que es fruto del amor.
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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jueves, 16 de julio de 2015

Jueves de la decimoquinta semana.

Jueves de la decimoquinta semana. Mateo 11, 28-30 "Vengan a mí todos los que están agobiados y afligidos y yo los aliviaré." No podría el Señor hab

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Jueves de la decimoquinta semana.

Mateo 11, 28-30

"Vengan a mí todos los que están agobiados y afligidos y yo los aliviaré."

No podría el Señor haber pronunciado palabras más alentadoras y que con mayor confianza nos dieran; palabras que resonarán en nuestro corazón, cada vez que la aflicción y el dolor hinquen su diente a Él.

Jesús llama a sí e invita a todos los que se hallan oprimidos por algún pesar, a los que sufren cualquier dolor y miseria y a todos promete consuelo y alivio. En su compañía y en su trato hallaran la paz y el alivio para todas las penas.

Hermoso texto el Evangelio no sólo para nuestra meditación, sino, sobre todo, para nuestra vida.

A veces el peso de la vida, con sus variadas circunstancias, puede tornarse difícil y pesado; el cumplimiento del deber con no poca frecuencia resulta duro y arduo; también permite el Señor, con alguna frecuencia, que los mismos nos rodean , quizás aun involuntariamente y con la mejor buena voluntad, nos haga sufrir, produzcan un vació a nuestro alrededor, olviden nuestro actuar, sospechen en nosotros intenciones que nunca cruzaron siquiera por nuestra mente.... En circunstancias tales o parecidas, el recuerdo al Corazón de Cristo es le lenitivo más eficaz y seguro; allí encontraremos paz y alivio, suavidad y calor de comprensión y afecto.

"Mi jugo es suave y mi carga liviana."

El Señor se está refiriendo aquí a la opresión de tanto formulismo en la observancia de la ley que exigían regida y ásperamente los rabinos; en cambio Jesús promete ser manso y bondadoso, sencillos comprensivo. En contraposición, dice el Señor que su yugo -la Ley que Él propone- es suave, no es insoportable, ni aplastante.

Estas palabras de Jesús nos deben hacer pensar que si la observancia de la ley, sea la ley natural, de las leyes eclesiásticas o de otra cualquier ley legitima a la que estamos sometidos por razón de nuestra vocación, nos resulta pesada y difícil, deberemos pensar que no es tanto la ley, cuanto las disposiciones personales con las que enfrentamos el cumplimiento de la ley, las que son causantes de ese peso y de esa dificultad.

Por eso nos dice: "Aprendan de mí, si bien a pensar de ser esa traducción más corriente y literal, la intención del Señor, al hablar así, es decirnos que "nos dejemos instruir por Él", que aprendemos a lo que Él enseña en su escuela a sus discípulos, que también nosotros frecuentemos su escuela. En consecuencia, más que como ejemplo, se nos presenta aquí Jesús como Maestro que enseña, pero que enseña lo que primeramente Él ha hecho y vivido. Jesús "comenzó a hacer y enseñar lo que decía" (Hech 1,1)

"Y así encontraran alivio."

Nuestras vidas se hallan hoy fuertemente tensionados por las circunstancias ambientales, ya sean personales, ya sociales; todo eso nos está obligando a llevar una vida de congoja, de temor y de angustia.

Solamente recurriendo al Corazón amantísimo del Salvador, en el que ciertamente hallaremos paz y tranquilidad, podremos compensar esas intenciones.

Nuestras mismas inquietudes personales, nuestros desmiedos deseos y ambiciones, que frecuentemente son los principales causantes de la inquietud de nuestra vida, se irán separando, suavizando, ordenando en cuanto hagamos que sea la voluntad del Señor la que gobierne nuestra vida.

Vivencia.

"Tomar sobre sí su yugo" es sinónimo de aceptar la voluntad del Señor, el mensaje de Jesús. Él mismo nos anima a ello, diciendo que es un Maestro bueno y comprensivo en sus sentimientos y sinsabores; suelo echar la culpa de ello a los demás; quizás sea yo mismo el causante y el responsable; al menos ciertamente seré el responsable de esas situaciones perduren en mí, por no recurrir a Aquel que de un modo seguro y suave está dispuesto a ser lenitivo de todas mis penas.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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