lunes, 13 de julio de 2015

Martes de la decimoquinta semana

Martes de la decimoquinta semana. Mateo 11,20-24 "Se puso a maldecir a las ciudades....porque no se habían convertido..." Dos ternas de ciudades: p

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Martes de la decimoquinta semana.

Mateo 11,20-24

"Se puso a maldecir a las ciudades....porque no se habían convertido..."

Dos ternas de ciudades: por un lado tres ciudades de Palestina, Corozaín, Betsaida, Cafarnaúm; por otro tres ciudades que no eran consideradas como integrantes del Pueblo de Dios: Tiro, Sidó y Sodoma.

Los oyentes de Jesús conocían muy bien tanto la situación de unas como de las otras; sabían que las segundas eran consideradas históricamente como malas, ya por sus depravados costumbres, ya por su materialismo debido a su auge económico; mientras que las demás primeras, por estar en el territorio de Israel, habían sido recorridas por el Maestro Nazareno predicando la Buena Nueva, enseñando su mensaje evangélico, curando a enfermos, resucitando muertos y perdonando a los pecadores.

Ese era el cuadro histórico del que Jesús tomó pie para exponer su llamado de atención.

En efecto, Jesús "se puso a recriminar a las ciudades....por que no habían convertido"...La expresión "recriminar" resulta fuerte, pero la realidad es grave: maldijo, increpó, echó en cara a los habitantes de aquellas ciudades, porque no se habían convertido, porque en esas ciudades, a la vista de sus moradores, el Señor había hecho milagros y le había enseñado su maravillo mensaje, y sin embargo ellos no habían hecho penitencia, no se habían convertido y no habían admitido el Reino de Dios, tema central de la predicación del Maestro.

Toma el Señor como punto de reflexión a los habitantes de las ciudades que viven en el lujo, en la prosperidad material, en las excesivas comodidades, que los alejan del espíritu de Evangelio, que es de austeridad; no recrimina el Señor el hecho de que se habite en la ciudad.

Siempre dentro de esta reflexión, no pondré permitir que el hecho de integrar una sociedad "desarrollada" apague en mi espíritu el deseo de vivir en conformidad con las exigencias del Evangelio y aun con las obligaciones testimoniales que mi consagración al Señor me impone.

Aquella gente no se convirtió....y eso indignó al Señor; pero lo que hizo que el Señor les echara en cara su duro corazón, fue el hecho de que aquellos habían sido objeto de su misión apostólica y en ellos había resonado la Palabra de Dios, testimoniada hasta con milagros.

Nosotros nos hallamos en idénticas circunstancias agravantes de nuestra falta de conversión verdadera; hemos sido objeto de la predilección del Señor, que nos ha distinguido con la abundancia de sus gracias y ha querido que su Espíritu descendiera sobre nuestra mente.

Debemos examinar si verdaderamente somos los que aparecemos lo que en realidad somos. No sea que en el día del Juicio se nos trate con mayor rigor, debido a nuestra mayor responsabilidad.

Vivencia:

Nada mejor que meditar con detención y con entera sinceridad, sin deseo de darnos a nosotros mismos con toda facilidad el certificado de buena conducta, las palabras del apóstol:

"Porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios...no damos a nadie ninguna ocasión de secándolo, para que no se desprestigie nuestro ministerio; al contrario, siempre nos comportamos como corresponde a ministros de Dios" (2 Cor 6,1-3).

Puesta la mano en nuestra conciencia, ¿podemos afirmar que a nadie estamos dando ocasión de secándolo o de desprestigio? ¿Somos en todo, nos presentamos y actuamos como ministros de Dios, servidores de Dios?

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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