sábado, 11 de julio de 2015

Sábado de la decimocuarta semana

Sábado de la decimocuarta semana. Mateo 10,24-33 "Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el c

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Sábado de la decimocuarta semana.

Mateo 10,24-33

"Al que me reconozca abiertamente ante los hombres, yo lo reconoceré ante mi Padre que está en el cielo".

Somos apóstoles del Señor; Él nos ha enviado al mundo con la misión de dar a conocer a su Hijo; pero si somos apóstoles, debemos vivir como tales y actuar claramente ante el mundo como verdaderos emisarios de Jesucristo.

El apóstol no ha de temer nunca cumplir su misión; es apóstol del Evangelio y el Evangelio se ha de predicar a todos y en todas las circunstancias y con todas las consecuencias.

Nosotros somos los intérpretes, los intermediarios entre Jesucristo y el mundo de hoy; somos los encargados de transmitir lo que Jesús dijo aquel puñadito de apóstoles, pero que estaba destinado a los hombres de todos los tiempos y lugares.

Y si nosotros se lo tenemos que repartir en su propio lenguaje, dar la luz evangélica para su propia actualidad; si queremos salvar al mundo de hoy tenemos que sentir como él, dolernos de sus penas, rechazar las injusticias que está sufriendo. Así seremos los verdaderos profetas del Señor, y hablaremos en su nombre, predicaremos su Evangelio.

La misión del apóstol del Señor será proclamar abiertamente y sin rodeos el mensaje recibido. Aunque el cumplimiento de esta misión requiere no pocas veces valentía y decisión; no hay por qué temer a perder la vida eterna, advierte Jesús, sino más bien perder la vida eterna.

Y Jesús aclara que debemos confesarlo ante los hombres e incluso nos amenaza con negarnos ante su Padre celestial, si nosotros no cumplimos nuestra misión de confesarlo ante los hombres, ante el mundo de hoy.

Nuestro testimonio de Jesús aquí en la tierra y delante de los que nos rodean nos asegurará una definitiva declaración suya a favor nuestro delante del Padre celestial.

Suma tranquilidad para nosotros: el cristiano ha dejado su causa en buenas manos.

Nadie mejor abogado que el Señor; pero el Señor necesitará de los elementos que nosotros le proporcionemos para nuestra defensa.

Señor Jesús, que no me avergüence nunca de ti; que siempre tenga el honor el ser tu apóstol, tu enviado y que siempre cumpla a perfección el cargo que Tú me diste de hacerte conocer por todo el mundo.

Señor Jesús, que nunca juzgues a nadie en su vida íntima, pero que no me deje yo arrastrar por otras corrientes que no sean las que brotan de tu santo Evangelio.

Fidelidad en las cosas pequeñas, decían los antiguos; y esa fidelidad en esas cosas pequeñas, siendo el fruto del amor, debe ser norma de conducta; fidelidad al Señor, que no ha sido tan fiel conmigo/ Fidelidad no tanto a la palabra humana, cuanto a la Palabra del Señor, que es la que verdaderamente salva, que es una palabra eficaz por ser divina.

Vivencia:

Valentía en la profesión de fe; Jesús no prometió a sus apóstoles la liberación del dolor, de la persecución, de la muerte.

Pero el apóstol sabe que su vida y su muerte están en las manos de Dios, que gobierna el mundo. Su amor de Padre vela sobre el hombre. De ese modo Jesús pone el fundamento de una segura y serena confianza en Dios y de un absoluto abandono en Él.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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