domingo, 5 de julio de 2015

Lunes de la decimocuarta semana

Lunes de la decimocuarta semana. Mateo 9,18-26 "Animo, hija, tu fe te ha sanado." La mujer de la que nos habla este texto expresó su humildad; no q

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Lunes de la decimocuarta semana.

Mateo 9,18-26

"Animo, hija, tu fe te ha sanado."

La mujer de la que nos habla este texto expresó su humildad; no quiso darse a conocer, llamar a la atención, interrumpir al Maestro; deseó pasar inadvertida.

No queremos nosotros llamar la atención en nuestro apostolado; no tratemos de convertirnos en la "vedette" que concite todas las miradas; desaparezcamos nosotros, para que aparezca más bien Cristo; no nos prediquemos a nosotros, prediquémoslo a Él.

Otra virtud de aquella mujer enferma fue la confianza en el poder de Jesús; piensa que no necesita Jesús la toque, basta que ella toque a Él; ni es preciso que Jesús vea, ni aun que sepa que está realizando un prodigio; sabia que de un modo natural salía de Él un poder milagroso curativo.

¿No nos faltará a nosotros algo más de confianza en la bondad del Señor? No es que no debamos poner los medios humanos; pero quizá demos a estos mayor eficiencia que la que les pueda corresponder. Incluso en nuestro mismo trabajo de perfección espiritual propia, no posemos que somos nosotros los que dispondremos purificarnos; nosotros deberemos disponer, pero es Él el que verdaderamente salva y libera.

Jesús quiso poner en evidencia las virtudes de aquella mujer y así, según nos detalla San Marcos, preguntó: "¿Quién tocó mi manto?" Los discípulos se quedaban perplejos ante esa pregunta y tomando la palabra, Pedro dice: "Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado."

Nosotros acudimos al Señor con cierta frecuencia y aun con cierta insistencia, pero con poca fe; lo recibimos en la comunión quizá diariamente, ofrecemos el santo sacrificio diariamente, pero quizá no nos detenemos a hacer todo eso con la debida calma y con el debido espíritu de fe; por eso, pese a tantas comuniones y tantas Eucaristías, no logramos salir de nuestros defectos, curar de nuestros males espirituales.

Jesús quiso dar publico testimonio de la fe de aquella mujer, como también demostrar que su curación se debió principalmente a su fe.

Jesús quiere decirnos a nosotros ahora que nos falta fe, mayor espíritu de fe en nuestra vida diaria.

Finalmente en la narración de los milagros de este texto evangélico, como siempre a lo largo del Evangelio, aparece Jesús obrando no precisamente como un santo taumaturgo que pide a Dios y Dios lo escucha, sino que aparece como quien tiene poder propio sobre todas las cosas y las cambia por su simple voluntad; de ahí el tono imperativo, exigente y seco, que emplea cuando ordena la resurrección de un muerto o la curación de un enfermo.

Vivencia:

No bastará que tengamos fe, si no vivimos la fe.

Y no bastará vivir la fe, sino que debemos tender a conseguir el espíritu de fe, que nos ubique en un plano de espiritualidad, de aceptación de la voluntad del Señor y en una interrumpida actitud de oración al Padre, a través de Jesucristo.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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