sábado, 30 de mayo de 2015

Sábado de la octava semana.

Sábado de la octava semana. Marcos 11, 27-33 "¿Con qué autoridad haces esto?" La autoridad de Jesús proviene de su filiación por naturaleza; Él es

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Sábado de la octava semana.

Marcos 11, 27-33

"¿Con qué autoridad haces esto?"

La autoridad de Jesús proviene de su filiación por naturaleza; Él es el verdadero Hijo de Dios, que recibe del Padre su divina naturaleza, toda entera, tan perfecta como la del Padre, tan infinita y tan santa.

La dignidad del cristianismo radica igualmente en la realidad de su filiación divina por adopción.

Dios se hecho al cristiano su hijo; lo ha hecho participe de su propia naturaleza.

Cuando al Señor Jesús le preguntan con qué autoridad hacia y decía, Él respondió aludiendo a su Padre celestial.

Cuando se nos pregunte con qué fundamento nosotros creemos, esperamos y gozamos por adelantado de la eterna felicidad, deberemos responder apoyándonos en el Padre celestial, que se ha dignado hacernos sus hijos.

León Bloy escribió: "Estoy a punto de sollozar cuando pienso que Dios es mi amigo."

¿Qué decir, si pensamos que Dios es nuestro Padre?

Si alguien tuviera la ocurrencia de preguntarnos por qué predicamos el Nombre de Jesús, deberíamos acudir a la misión que el mismo Jesús nos ha confiado: nos ha elegido para ser sus discípulos, sus apóstoles.

Por eso, a continuación se nos propone un ejemplo en Juan Bautista.

"Todos consideraban que Juan había sido un verdadero profeta."

Es uno de los mejores elogios, que se hayan podido hacer de Juan: era tal su testimonio de vida y de palabra, que nadie duraba de que un verdadero profeta del Señor.

Ser profeta quiere decir: hablar en nombre de otro, por delegación de otro, por participación de la misión de otro.

Todo cristiano es, por su naturaleza bautismal, profeta de Cristo; está llamado a ser autentico testimonio de vida y de palabra; ser testigo, uno que anuncie y proclame una verdad: la verdad de Cristo.

Cristo es el primer profeta del Padre; nosotros debemos ser los profetas de Cristo y a través de Él, los profetas del Padre.

El mundo de hoy, el mundo nuestro en que vivimos, está esperando que le trasmitamos la palabra y el mensaje de Cristo; y Cristo nos urge internamente a que cumplamos la misión profética que Él nos ha encomendado.

Si estamos consagrados a Él, no vivir esa consagración seria destruirla, borrarla y, en consecuencia, frustrarla.

¿Podrá afirmarse de nosotros, como Juan Bautista, que somos verdaderos profetas de Cristo?

Vivencia:

Nuestro profetismo no puede reducirse a la dimensión de palabra; antes de nada, debe realizarse en la dimensión vivencial, de testimonio de vida.

El sentido profético de nuestra vida deberá, pues, ser proclamado con la palabra y con la vida.
Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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