jueves, 28 de mayo de 2015

Jueves de la octava semana.

Jueves de la octava semana. Marcos 10,46-52 "Estaba sentado junto al camino." Es la posición del ciego sentado a la vara del camino, sino de cuanto

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Jueves de la octava semana.

Marcos 10,46-52

"Estaba sentado junto al camino."

Es la posición del ciego sentado a la vara del camino, sino de cuantos se detienen en su vida espiritual, en su acción de apostolado.

Ya se contentan con lo que son y con lo que hacen; pareciera como si les satisficiera su "status"; no los aguijonea el ansia de mejorar en su ser y en su hacer.

No son malos, no son mejores; y de eso no tienen conciencia.

¡Qué el aguijón de tu celo me inquiere, Señor! ¡Qué el celo de tu casa me devore!

Deberé regocijarme por haberme corregido del algún defecto, por haber realizado tal o como tal apostolado.

Por eso no debe cerrarme a la prospectiva del más y adelante.

"Arrojando su manto, se puso de pie en un salto, y se fue hacia Jesús."

El ciego adivinó que se acercaba su liberación; se anunciaba en él la aurora de una nueva luz en su mente, en su alma, precursora de una nueva luz para sus ojos.

Por eso, se despojó de todo lo que pudiera serle impedimento, una dificultad, una carga, "arrojando su manto".

Será indispensable y previa condición para conseguir la luz interior: arrojar de nosotros, despojarnos, de cuanto pueda oponerse a ello.

Despojarse de sí mismo, de cuanto en nosotros haya que en una u otra forma nos pueda dificultar que el Señor se acerque a nosotros, o que nosotros debemos el primer paso hacia Dios, que viene a nosotros.

Y el ciego no se contentó con arrojar el manto; "dio un brinco"; como para demostrar las rectas disposiciones de su espíritu; dio un salto de las materialidades hacia lo espiritual; dejó de preocuparse de muchas cosas para preocuparse e inquietarse por otras.

El salto que yo debo dar no ha de ser menos enérgico y brioso; también en mí me rodean muchas cosas materiales, muchas ambiciones de orden humano; mucho apego a las cosas de la tierra; mucho aferrarme a mis criterios y pareceres.

El salto que yo debo dar es para alejarme de todo eso; el brinco debe proyectarme hacia arriba, hacia Dios.

Si yo doy el salto, no será, sin duda, para quedarme donde me hallo; en el estado en que estoy viviendo hasta el momento presente; todo lo contrario, el salto me debe acercarme al Señor, me debe poner en movimiento hacia Él.

"¿Qué quieres que haga por ti?"

Con su pregunta tiene Jesús a provocar en el ciego una actitud de humildad y de confiada fe en el poder de Jesús para curarlo; premio de esa fe y de esa confianza habrá de ser su curación.

La curación de la ceguera es signo y sacramento de una curación más profunda, de distinto nivel, por obra de la fe y confianza depositada en el poder y en la bondad de Jesús.

Con los ojos, al ciego se han abierto el corazón.

La fe nos une a Jesús; por la fe, Él se convierte en Lux en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8,12).

La luz es símbolos de la vida, la felicidad y de alegría; las tinieblas, símbolo de la muerte, la desgracia y las lagrimas.

"¡Señor, que vea!", clamó el ciego confiadamente y con ansias.

Que yo también vea, Señor, cuál es tu voluntad, cuál es el camino que debo recorrer, que Tú me señales para ir a Ti.

Que seas Tú la luz que me libere de las tinieblas.

Un día las tinieblas desaparecerán ante el brillo refulgente de tu luz. ¡Qué ese día se adelante para mí!

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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