domingo, 15 de noviembre de 2015

Lunes de la trigésimo tercera semana

Lunes de la trigésimo tercera semana. Lucas 18,35-43 "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí." Jesús es aclamado como Mesías por el ciego de Jer

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Lunes de la trigésimo tercera semana.

Lucas 18,35-43

"Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí."

Jesús es aclamado como Mesías por el ciego de Jericó, pues el titulo que le da de "Hijo de David" era un titulo claramente mesiánico; una vez realizado el milagro, la multitud reafirmó el titulo.

En todo eso se demuestra la fe del ciego; no bien dicen, que el que se acerca a Jesús de Nazaret, deja de escapar su grito esperanzado: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.", con lo que expresaba su fe en el poder de Jesús, poder que le venia de su mesianidad, pues Él era el "Hijo de David", es decir: el Mesías.

La fe del ciego, una vez curado, lo lleva a la comunidad; la multitud, al ver la gloria de Dios y la maravilla obrada por Jesús, "alabó a Dios".

Es que la fe siempre se vive en la comunidad de los creyentes; como la salvación están vinculada a la comunidad de los creyentes, cuanto más se acerca a la salvación; de eso debe deducir la importancia que tiene el sentido comunitario que debes dar tu fe, y cómo debes vivir la fe en la comunidad, con la comunidad y para la comunidad.

Merced a la fe, el ciego mereció su curación, como expresamente se lo advierte Jesús: "Tu fe te ha salvado".

La fe salvó al ciego y la fe puede salvarte a ti, siempre que tu fe sea como la del ciego: fe confiada, fe firme y fe perseverante.

La gratitud del ciego es también digna de admirarse: no bien recibió la gracia pedida de recobrar la vida, "lo seguía, glorificando a Dios".

¡Cuántas gracias has recibido tú el Señor! Ya ves si tienes motivos para seguirlo y para glorificar su bondad para contigo.

"¡Señor, que vea!"

No debes tener ningún reparo en creer que tú eres ciego, si no con ceguera corporal, sí en la espiritualidad; ciego espiritualmente es todo aquel que tiene apegado su corazón a un afecto desordenado que le impide ver las cosas de Dios.

El ciego demostró ser un hombre sabio y prudente: no pidió riquezas, no honores, ni bienes terrenales; pidió simplemente la luz de sus ojos.

En tus plegarias al cielo, si bien puedes pedir las cosas de la tierra, pide antes que nada la luz para tu entendimiento, que con verdadera sabiduría te oriente en tu vida, y la luz para tu espíritu, es decir: la luz de la fe con la que todo se va iluminado con distinta claridad.

Ya sabes cómo tienes que orar tú, para que tu oración sea eficaz y llegue al Corazón de Dios; la eficacia de la oración no depende de las muchas palabras que empleamos, sino del espíritu en fe y de humildad con que nos presentamos a Dios.

Vivencia:

También a ti pregunta Jesús con providencial solicitud: ¿Qué quieres que te haga?

Y tú, como el ciego de Jericó, también necesitas intervención milagrosa del Señor.

"Si muchos son audaces por seguir las riquezas, ¿no es mejor que tengamos una hermosa audacia para conseguir la salud de nuestra alma?" (San Cirilo)

Jesús está deseando que acudamos a Él reconociendo nuestras necesidades espirituales y temporales, porque quiere remediarlas.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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