Los Judíos pedían a Jesús "una señal".... como si les hubiera dado pocas.... como si las que les había dado no hubieran sido suficientemente convincentes.
Pedían un milagro, algo extraordinario, fuera de lo común, algo que golpeara la humanización y los sentidos, algo exterior y asombroso. Pedían un prodigio que justificara y expresara la autoridad con la que habla y procede. Quieren alguna manifestación extraordinaria y sensacional.
También el hombre de hoy se siente insatisfecho con lo que se le da y pide más y pide otra cosa. Y eso puede ser porque está totalmente desenfocado en lo que pretende, pero también pudiera ser porque lo que hasta el presente se le ha dado, hoy no le resulta ya convincente, porque no responda a la problemática del mundo y del hombre de hoy.
De ahí que el cristiano de hoy debe estudiar con detención si en esta exigencia del mundo y del hombre de hoy se encuentra un cuestionamiento legitimo y una exigencia a la que tenga pleno derecho.
No se pedirán milagros raros y llamativos, pero sí que se pedirá el milagro de la vida testimonial, de una fe comprometida con el hombre y con el mundo.
En efecto, a los antiguos judíos Jesús no les quiso dar otra prueba que la de Jonás, es decir, su propia resurrección. Y esa resurrección seria la autentica prueba divina, que el hombre no podrá falsear, ni imitar.
Y el mundo de hoy Jesús no le quiere dar otra prueba, sino la prueba de que Él resucitó y que, en consecuencia, ahora está viviente y vivificante en cada uno de los cristianos. De ahí que sea el mismo Jesús el que inste de continuo a sus cristianos a que den al mundo no creyente la prueba de que Él ha resucitado y de que vive en ellos y por ellos.
Es la comunidad cristiana y religiosa la que debe gritar al mundo: esta vida que nosotros llevamos, esta ofrenda que hacemos de nuestras vidas no serían posibles, si Cristo no viviera en nosotros; si ven nuestra vida, acepten a ese Cristo que es el que la justifica y le da razón de ser.
"Los ninitivas se arrepintieron"
El ejemplo de los Antiguos paganos nos interroga a nosotros cristianos de hoy. Ellos se convirtieron de sus pecados y lograron el pecado y lograron el perdón. ¿Cuál es nuestra actitud personal y comunitaria?
Advirtamos el contraste entre ellos y nosotros: Jonás predicó una vez; Jesús muchas veces. Jonás habló; Jesús e hizo muchos milagros, que probaban la verdad de lo que afirmaba. Jonás fue un profeta; Jesús es más que un profeta. Jonás predicaba la destrucción de la ciudad; Jesús predicaba la construcción del nuevo Reino de Dios.
Los judíos no tenían excusas; pero es el caso que en nuestros días tampoco nosotros las tenemos. Nosotros, como los judíos de entonces, hemos sido objeto de las bondades del Señor y a nosotros se nos ha hablado por medio del mismo Jesús, con el que hemos comprometido nuestra vida de testimonio y de apostolado; nosotros tenemos todos los medios que la gracia nos da y nos sentimos acuciados por todas las exigencias de nuestro bautismo y de nuestra vida de consagración al amor del Señor.
Nuestra verdadera conversión será ciertamente el milagro que los hombres esperan de nosotros para convertirse ellos al Señor; de ahí nuestra responsabilidad, no sólo con el Señor, sino también con los hombres.
Vivencia.
A la conversión se llega respondiendo a las inspiraciones de la gracia; por eso tiene tanta importancia el que estemos siempre atentos a la voz de la gracia, a los movimientos íntimos del Espíritu Santo. Si Dios es generoso con nosotros al darnos su gracia, no seamos nosotros descuidados en la respuesta a la misma. Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.
Los libros de esta colección puedes comprarlos haciendo click aquí: www.editorialclaretiana.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario