miércoles, 10 de diciembre de 2014

Jueves de la segunda semana de Aviento.

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Jueves de la segunda semana de Aviento.

Mateo 11,11-15

"El Reino de los cielos sufre la violencia y los vientos los arrebatan."

Expresión está que ha sido diversamente interpretada, pero que nunca debemos entender como una apología de lo que hoy entendemos por violencia.

"El Reino de los cielos sufre violencia", es decir: el Reino de Dios se conquista con el esfuerzo propio, con el renunciamiento a nuestros gustos y quereres; no se nos da de arriba, ni llegan a él los comodones o tibios, sino los que con generoso corazón se hacen violencia a sí mismos, contrariando su soberbia y egoísmos, sus instintos y pasiones.

Cristo exige una actitud de violencia a todo el que quiera comprometerse en su Reino: "El que no está conmigo, está contra mí y el que no recoge conmigo, desparrama" (Lc 11,23); más aun , los que no se comprometen con absoluta entrega quedan excluidos del Reno.

Esta afirmación de Jesús queda clara con aquella otra afirmación que nos trae San Mateo: "Entren por la puerta estrecha, por la ancha y espaciosa el camino que lleva a la perdición y son muchos los que van a la Vida y son pocos que lo encuentran" (Mt 7,13,14).

Los violentos arrebatan el cielo, no precisamente los que hacen violencia a los demás, según aquella afirmación del Salvador: "El que a hierro mata a hierro muere" (Mt 26,52); sino aquellos que se hacen violencia a sí mismos, yendo contra sus inclinaciones pecaminosas.

"El que tenga oídos, que oiga."

Para comprender esta expresión se exige una apertura hacia los misterios del Reino y solamente desde su ángulo de visión es posible una acercada interpretación.

No siempre es fácil captar el sentido de la Palabra de Dios; es preciso primeramente escucharla con toda atención y con el corazón limpio de toda mancha que nos pueda impedir ver el rostro de Dios, y después hay que meditar esa Palabra de Dios con detención y profundidad a fin de descubrir el secreto de su sentido.

No basta, pues, que leas la Biblia; es preciso que la medites con la oración.

Vivencia:

Si el Reino de Dios sufre violencia y solamente lo que se hacen violencia a sí mismos son los que podrán entrar en el Reino, será preciso que tengas presente la virtud de la mortificación cristiana. Esa virtud tan olvidada en estos tiempos en los que el hombre rehuye todo cuando pueda suponer algún dolor, alguna negación de sí mismo, todo cuanto lo contrarié o lo haga sufrir.

Jesús nos exige esa virtud cuando nos advierte: "El que no toma su cruz y me sigue detrás, no es digno de mí" (Mt 10,38). Jesús murió en la cruz; no desdeñemos nosotros abrazarnos con la cruz.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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Miércoles de la segunda semana de Adviento.

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Miércoles de la segunda semana de Adviento.

Mateo 11,28-30

"Yo los aliviaré."

El Señor ofrece paz y sosiego a cuantos se hallan oprimidos por las angustias de la vida. El pecado ha sido la causa de todas las aflicciones, de todas las tristezas y de todas las lagrimas.

Si te examinas con detención llegarás a constatar que muchas veces que has visto agobiado por el dolor y la amargura, ello obedecía a algún pecado previamente cometido.

El Corazón compasivo de Jesucristo te ofrece el descanso para todas tus penas. Aquellas palabras de Jesús: "Vengan a mí, van dirigidas a todos sin excepción, a todos los que sufren, y son las palabras que prometen el más real consuelo para nuestras penas y el alivio más eficaz para nuestros trabajos.

Los trabajos y los sufrimientos aceptados como consecuencia de nuestra búsqueda del Reino y mirados con criterio sobrenatural, lejos de ser una carga son un beneficio, porque nos purifica y abren las puertas del cielo.

¡Qué bien comprendieron todo esto santos, para quienes la mejor almohada eran las manos de Jesús, la mejor medicina y el más suave alivio era recurrir al Sagrario, buscando compañía, y la conversación con el Señor sacramentado! Por eso pasaban ratos muy prolongados en oración y de ella salían con renovado vigor y con fuerzas aumentadas, para enfrentar la vida con todos sus dolores y humillaciones.

Mi yugo es suave y mi carga liviana."

La expresión "el yugo es de la ley" es una metáfora frecuente entre los rabinos y daba bien a entender el peso de la ley, rodeada de tantas observancias, que sofocaban el espíritu.

Jesús nos ofrece, en contraposición a todo eso, el yugo y la carga de su ley que, por ser "el amor", resulta suave y agradable.

Jesús nos invita a tomar su yugo y en realidad nadie puede ir a Jesucristo, ni seguirlo como discípulo suyo, si no acepta y cumple sus mandamientos.

El dogma y la moral, el mensaje y los mandamientos son inseparables; no basta creer para salvarse; es preciso cumplir la voluntad del Padre celestial expresada en sus mandamientos.

En repetidas ocasiones Jesús manifestó que el camino del cielo era difícil y de renunciamientos y que la vida del hombre es una continua lucha y que la puerta del cielo es angosta; en cambio ahora nos advierte que todo eso se puede convertir en algo suaves y fácil, siempre lo hagamos con Él, ayudados por Él.

Vivencia:

Escribe San Agustín que "el amor haces fáciles las cosas más difíciles y pesadas"; en efecto, eso es lo que Jesús nos da por suavizar nuestras penas y trabajos: su amor.

Haz la prueba de vivir todas las circunstancias por penosas que las quieras suponer con amor a Dios y veras cómo la fuerza e intensidad del amor disminuye y la intensidad del dolor y aun llegaras, si así te lo propones, a la sublime paradoja evangélica de sufrir con alegría, paradoja que se hace realidad en aquel que llegó a aprender de Jesús la lección de sufrir por amor a Dios y en beneficio de los hombres, sus hermanos.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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lunes, 8 de diciembre de 2014

Martes de la segunda semana de Adviento.

Martes de la segunda semana de Adviento. Mateo 18,12-14 "Y si llegan a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y n

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Martes de la segunda semana de Adviento.

Mateo 18,12-14

"Y si llegan a encontrarla, les aseguro que se alegrará más por ella que por las noventa y nueve que se extraviaron."

Esta sencilla parábola tiene una doble finalidad: probar la misericordia de Dios para con los pecadores, y por eso la pone aquí la liturgia, después de la curación del paralítico, al que además de devolvérsele la salud, se le perdona sus pecados (Lc 15,4-7); por aquí San Mateo la trae para demostrar el amor que tiene particularmente a los pequeños, a quienes puede extraviar el escándalo.

La afirmación que se hace aquí no quiere decir el buen pastor ame a la oveja descarriada más que a las noventa y nueve que permanecieron junto a Él, sino que en aquel momento de recuperarla por ese motivo particular experimenta un gozo y alegría, que no siente por las otras. El gozo de tener a las noventa y nueve siempre consigo es habitual, mientras que el que la encuentra es tanto mayor, cuanto más grande fue su tristeza que se había extraviado.

Pero también sucede a menudo que los arrepentimientos aventajaban luego a muchos, que siempre fueron justos, si bien como advierte San Gregorio Magno: "No se ha de olvidar que hay muchos justos cuya vida son ya causa en el cielo una alegría superior a la que puede producir la conversión de cualquier pecador".

"No es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de sus pequeños."

Con la expresión "estos pequeños" no se refiere aquí tanto a los niños, cuanto a los sencillos, los humildes, los de poca relevancia en el mundo.

Jesucristo dice que el Reino de Dios es para todos, también para aquellos a quienes se considera pecadores. Todos pueden salvarse con tal de que no pongan resistencia al llamamiento de Dios. Es Él quien los busca, Él quien los ayuda con su gracia, Él quien los lleva en su corazón.

"Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,4).

Esto debe producir en ti sentimientos de profunda confianza en la bondad de Dios, por todos los medios busca tu salvación.

Vivencia:

Cuando uno se aleja de Dios por el pecado, el Señor no abandona; lo sigue con sus inspiraciones y con su gracia con tanto interés; que parece que se olvidad de sus fieles para no atender más a la que salvación de aquel hijo suyo que está en peligro de perderse.

Si Dios tiene tanto interés en tu salvación personal, también tú debes poner todo empeño en asegurar tu propia salvación, alejándote de todo pecado que te haga perder la gracia y practicando toda clase de obras; que te acerquen a Dios, y te hagan merecer de que Dios derrame sobre ti su infinita misericordia.

Ruégale a Dios, "que salve a los rectos de corazón" (Sal 7,11, que te conceda la gracia de la salvación.

Fuente: El evangelio meditado por Alfonso Milagro, Editorial Claretiana.

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